viernes, 20 de marzo de 2015

Queridos amigos:
            
           En este número os cuento los mil y un sucesos que adornan nuestra vida y que rompen la monotonía de hacer siempre las mismas cosas.

Un hombre, antiguo director del coro de niños, desapareció un día de la circulación y cuando le vi después de mucho tiempo me contó que se había metido en la secta de los neo-apostólicos y que por eso no frecuentaba más nuestra parroquia. El se sigue considerando católico y no ve diferencia alguna con su nueva religión. Con el paso del tiempo sus hermanos han ido falleciendo y él ha quedado como responsable de todos ellos, con lo cual él hereda  todos los hijos de sus hermanos, que  son muchos. Casi todos están casados, pero al igual que muchos otros jóvenes, se han metido en alguna de las numerosas sectas que enriquecen el panorama religioso del país. Un día les reunió a todos ellos y después de darles todo tipo de consejos sobre cómo deben comportarse en la vida, les dijo que no quería oír que ninguno de ellos frecuentara alguna de esas iglesias que se ven en nuestras calles. Todo el mundo debía pertenecer a la Iglesia Católica o a la neo apostólica, porque en estas dos se “come” (se refería a la comunión) y en las otras no se hace sino hablar.  


             Tiene una fe en Dios como si se tratara de un vecino suyo a quien le pudiera contar todas sus aventuras, con la seguridad que va a acudir en su auxilio. Prohibió terminantemente el acudir a los adivinos para resolver sus interrogantes. Y les cuenta como ejemplo, que a él se le iban muriendo las gallinas de forma misteriosa y recurrió a Dios para que le descubriera al causante de tal desgracia. Al poco tiempo, una mujer se le acercó para pedirle perdón por el mal que le estaba causando. Si Dios le ayuda a él, también ayudará a cuantos confían en él, luego queda terminantemente prohibido recurrir a métodos ancestrales para arreglar los problemas. Su confianza en Dios era de tal calibre que yo me sentía en ridículo en su presencia. Yo, a pesar de ser sacerdote, me sentía pequeño en su presencia.

En una de mis visitas por el barrio me pusieron al corriente de que una mujer que vivía en una casa cercana a la que yo me encontraba en ese momento, se encontraba enferma, además la había abandonado su marido y tenía que ocuparse ella sola de alimentar a su numerosa familia y como no tenía ningún trabajo remunerado, lo estaban pasando francamente mal. No podía estar acostada y pasaba la noche sentada en una silla. Fui a visitarla. Resultó ser una mujer a la que conocía porque hace ya muchos años, pertenecía a la coral de niños que dirigía el mismo del que os he hablado antes. Era alegre, de risa fácil, muy viva, pero por circunstancias de la vida, había desaparecido también de la circulación. Creo que desde que se casó no volvió a aparecer por la iglesia.

                Efectivamente, para ella supuso una gran alegría que fuera a visitarla y me contó que llevaba tiempo enferma, que tenía ocho hijos, que ahora se sentía mejor pero sin fuerzas para ir al campo y trabajar la tierra. De vez en cuando le ayudaban en el barrio para dar de comer a toda la familia, pero ya se habían puesto de acuerdo sobre la forma de vida. Como no tenía para dar de comer a todos, un día comían la mitad de la familia y al día siguiente comían la otra mitad mientras ayunaban los primeros. Los hijos habían abandonado la escuela por falta de medios para pagar las mensualidades y lo que era bonito ver es que cada cual aportaba a su madre lo que había conseguido ganar aquel día para que ella pudiera comprar la harina y preparar la comida de los que correspondía aquel día. Durante mi presencia, uno de ellos le entregó el equivalente a dos dólares porque había estado ayudando a un soldador y al final del día éste de había “pagado”.  Otro le entregó el equivalente de un dólar, porque había estado trasladando unos ladrillos y le habían dado ese dinero.

   Durante todo este tiempo hubo un momento, en el que el marido, que se divorció de ella y vive con otra mujer en un centro minero que está a y en segundo lugar para contrarrestar la influencia de las mil y una sectas que corren al hospital para dedicarse a rezar por los enfermos, imponerles las manos, hacerles creer que con eso y un par de aspirinas van a quedar como rosas y al mismo tiempo conseguir adeptos para sus sectas.
               En una de esas visitas me encontré con un joven que tenía muy mal aspecto. Enseguida pensé que podría tratarse del Sida, ya que esta enfermedad aparece con frecuencia y más entre los jóvenes. Si se trata del Sida, el médico enseguida se entera de la enfermedad que padece ya que un análisis de sangre le descubre la causa del mal, pero le prescribe una serie de exámenes para que mantenga la esperanza de que se puede curar, hasta que un día le dice que vuelva a su casa y que le examinará otra vez dentro de un mes cuando tome las medicinas que le ha prescrito. Normalmente ya no vuelve más porque la enfermedad se lo ha llevado a la morada eterna.

                Le solía cuidar un hermano menor, de unos 24 años. Los padres estaban divorciados y quien más se ocupaba de la familia era el padre. Les conocía a los dos porque en mi primera época había tenido mucho contacto con ellos. La madre hacía un poco de comercio en el puesto fronterizo con Zambia y vivía su vida sin ocuparse demasiado de sus hijos. Como era de temer, el enfermo murió al poco tiempo de salir del hospital. Le anunciaron a la madre el fallecimiento de su hijo y acudió al entierro. 


                Con frecuencia, en los momentos en los que fallece un miembro de la familia, siempre hay alguno que pierde los estribos y es capaz de cometer la mayor barbaridad si no es sometido por el resto de la familia. El hermano que le estuvo cuidando en el hospital, al ver a su madre se puso furioso y quería quemarla porque da la casualidad que otros dos hermanos más habían fallecido el año pasado y fue siempre después de que hubieran ido a visitar a su madre, luego estaba claro que era la causante de la desaparición también de éste último porque había ido a visitarla. Pudieron sujetarle  entre todos y la madre, viendo el ambiente que había en torno  a su persona volvió rápidamente a su casa en la frontera con Zambia para poder evitar la furia de ese hijo contagiara a los demás miembros de la familia.

              A este pobre hombre que perdió a su hijo e incluso le aconsejó a su ex mujer para que se marchara del duelo cuanto antes, si quería seguir viviendo, le ocurren todo tipo de calamidades, una detrás de otra. En su tiempo fue un buen soldador pero ya está jubilado y le ha costado mucho esfuerzo el conseguir arreglar los papeles para cobrar el retiro que concede el gobierno, que son como unos 120 $ al trimestre. Tuvo que pelear fuerte para obtener lo que le correspondía. Él se encargaba de dar la lata y pasarse mañanas enteras en los diferentes despachos a los que tenía que acudir y yo me encargaba de solucionar sus problemas económicos porque no tenía donde caerse muerto. Por fin lo consiguió pero se olvidó que me prometía devolverme el dinero una vez  que consiguiera su pensión.

            La cosa es que tenía que buscar su medio de vida porque con la pensión no tiene suficiente para vivir y pidiendo a unos y a otros, consiguió que le concedieran unos terrenos en los que podría cultivar y asegurarse de este modo el alimento diario. La ciudad de Likasi es muy extensa. Para conseguir un terreno cultivable hay que caminar durante bastante tiempo para salir de la ciudad y adentrarse en la zona rural. En uno de sus viajes, mientras permanecía ausente de su domicilio, los amantes de la limpieza, le “limpiaron” las sillas, una vieja tele que a pesar de sus años le servía para distraerse en los ratos ociosos, los platos, las cazuelas y la ropa. Se olvidaron el destornillador y por eso descubrió que los que le habían robado eran sus propios vecinos, pero intentó insinuarles y a poco más lo linchan y le llevan a comisaría. No tuvo más remedio que callarse y contarles la hazaña a sus hijos para que entre todos pudieran rellenar los “huecos” que le han dejado.
 
            Todavía esta semana, mientras se retiró a ducharse al anochecer, dejó su silla a la puerta de casa y cuando volvió refrescado, se encontró con que alguien le había hecho desaparecer su lugar de reposo y ahora se sienta sobre un ladrillo porque aquella era la única silla que tenía en casa.


 
Aquí hay una congregación religiosa femenina que llama la atención. Sus miembros son mujeres que en un tiempo estuvieron casadas pero al quedarse viudas pensaron que donde mejor se podrían encontrar es ocupadas al servicio del Señor y dedicarse a la oración, a la atención de los más desfavorecidos y a vivir del esfuerzo personal para no ser carga para ninguno. También hay algunas que no conocieron el matrimonio, pero todas ellas dejaron la juventud hace tiempo y viven humildemente, sin meter ruido, intentando ser fieles a las tareas que se les ha confiado.  La mayor parte de ellas no perdieron demasiado tiempo en los bancos de la escuela y ninguna de ellas cuenta hoy en día con un diploma o título que la capacite para ejercer como superiora general de la congregación.
Como es una gente tan sencilla, les confiaron un pequeño poblado que fue en el que los primeros misioneros que llegaron por aquí hace 105 años, construyeron la primera capilla de lo que luego iba a ser la diócesis de Lubumbashi. Durante muchos años, aquella pequeña aldea quedó olvidada de todos, la capilla se derrumbó y solo quedaban las ruinas, pero al cumplirse el centenario volvieron a levantar-la y llevaron a estas monjas para que atendieran aquel lugar en la que seguían viviendo los nietos de aquellos que conocieron a los primeros misioneros.

                El convento estaba formado por un conjunto de casas al estilo local, con paredes de barro y techo de paja y allí comenzaron a vivir las religiosas hasta que un incendio destruyó la mitad de las cabañas en las que se alojaban y hubo que pensar en la forma de albergarlas en unos edificios más sólidos que les permitieran seguir atendiendo a un grupo de ancianos, abandonados por sus descendientes por considerarles hechiceros, y mantener el pequeño dispensario y maternidad al que acudían los enfermos y parturientas de los alrededores.

                Primero se construyeron las habitaciones, con ducha incorporada, aunque no tienen agua en casa y cada vez que quieren ducharse tienen que ir primero a la fuente del pueblo, llenar un balde y utilizarlo en su aseo personal. Luego se construyó la cocina, el comedor, una sala de estar, pero todo ello sin ventanas ni puertas y con el único color que el que había plasmado el cemento en la construcción de sus paredes.

                Es un lugar que queda a unos 70 Km de Likasi. Yo había pasado en varias ocasiones y al encontrar trabajando a los albañiles, pensaba que poco a poco lo habrían terminado y que las religiosas estarían gozando de la paz de su nueva residencia.

        Cuando pasé unos meses más tarde, me di cuenta que las religiosas estaban habitando en una construcción inacabada, que tenían que cocinar en una de las chozas que habían quedado en pie, que tenían que utilizar el aseo del poblado y que las pocas casuchas que aún se sostenían, daban signos de querer desmoronarse en cualquier momento. Esta situación me movió para que me ocupara de ellas y pudieran disponer de una construcción a la que pudieran llamar “convento”.

       Me dio pena de su situación y del lugar, que en vez de respetarlo como el origen de la diócesis de Lubumbashi, estaba abandonado y las hierbas lo inundaban todo, ocultando los vestigios de una antigua construcción que guardaba los recuerdos de aquellos pioneros que recorrieron  a pie centenares de kilómetros en su celo de predicar el Evangelio.

                Durante tres meses me dediqué a terminar lo que otros habían comenzado sin llegar a finalizarlo. Se terminó la cocina, se pusieron las puertas y ventanas, se pintó toda la casa, menos sus habitaciones porque se me terminó la pintura y el dinero, se puso un aseo en el “convento”, se colorearon las paredes exteriores e interiores,  y aquello parecía un cromo pero las religiosas estaban muy satisfechas, tanto es así, que me tienen como su protector y no hay un acontecimiento importante en su congregación que no vengan a visitarme para anunciármelo o me llamen por teléfono.
      
      Y todos estos prolegómenos vienen a que hace un par de días me llamaron para anunciarme el fallecimiento de una de sus hermanas de la congregación, que con sus 85 años, había decidido cambiar de domicilio y se fue  a instalar en la casa del Padre dejándolas a todas preocupadas en preparar su despedida de la mejor manera posible.

                La muerte tiene una importancia excepcional. Da la impresión de que la vida se para. Se puede faltar al trabajo, dejar de preparar la comida, no acudir a una cita, abandonar la cosecha sin recoger esos días, y es que ha muerto un conocido, un familiar, y eso lo explica todo. Nadie se extraña de que no haya acudido al trabajo, o respetado la cita. Acudir al lugar en el que ha ocurrido el triste suceso es un deber sagrado.

                No la conocía a la fallecida porque llevaba bastantes años sin salir de casa, pero el hecho de que me pusieran al corriente quería decir que contaban conmigo para las ceremonias que luego tendrían lugar. Iban a celebrar la misa funeral en la parroquia a las nueve del día siguiente. El párroco nos había invitado a que estuviéramos presentes para las 8h 30. 

A esa hora me presenté, al igual que otros sacerdotes que habían oído el deseo del párroco.

       
         El cadáver estaba en la morgue del hospital que se encuentra a escasos 300 m. de la parroquia. Pero a pesar de la cercanía no llegaba el entierro. Habían dado las nueve sin que nadie nos explicara el porqué del retraso. Después de preguntar a unos y a otros, me enteré de lo que ocurría. Aquí no hay ninguna carpintería que tenga féretros en venta. Eso supone una inversión: hay que comprar madera, cola, clavos, asas, etc. y el carpintero no tiene dinero para adelantar y sólo trabaja si se lo proporcionan en el momento de hacer el pedido, pero como nos cortan la luz a cada momento, la carpintería a la que habían acudido no lo pudo fabricar y a última hora, cuando la gente esperaba ya en la iglesia, encontraron féretros en otra carpintería y fueron a reclamarle el dinero al primero para realizar la compra, pero éste ya se lo había gastado.

                Afortunadamente, los carpinteros se conocían entre sí y llegaron a un acuerdo. Este último, les cedió un féretro y corriendo con él a la morgue del hospital, colocaron a la difunta en su interior y la llevaron a paso rápido a la iglesia, donde la gente estaba esperando para dar comienzo al funeral. Ninguno de los curas allí presentes, y éramos 12, dio muestras de impaciencia. Nadie presentaba signos de cansancio, miraba al reloj o mostraba su enojo por aquel contratiempo. Aunque parece una contradicción, el muerto es la persona más importante de entre los vivos.

                Cada uno de los curas, como es normal,  tenía una serie de actividades programadas para aquel día, compromisos, catequesis, misa, etc., y todo ello pasa a un segundo plano, incluso su comida del mediodía, porque lo importante es estar presente en el funeral, y nadie se siente molesto porque el cura no haya acudido a una cita o se haya cambiado la misa por el rezo del rosario. Ni el mismo cura se inquieta porque ese día se haya quedado sin comer. Había que estar en el funeral. Punto.

                La odisea no termina aquí pero el papel sí, por eso en el próximo número seguiré hablando del entierro de la religiosa.
          
      Un abrazo                                                      Xabier

Queridos amigos:
           Kabulumbu es un pueblo que había comenzado a construir en medio de la selva para dar salida a la población que se encontraba sin trabajo o tenían que ir a la empresa aún a sabiendas que no podrían esperar un sueldo a final de mes.  Habíamos comenzado con mucha ilusión. Se encuentra a unos 55 Km de Panda y familias enteras se habían desplazado para vivir de la agricultura, ocuparse de sus campos, comenzar una forma nueva de vida, crear lazos de solidaridad donde el slogan de “todos para uno y uno para todos” se hiciera realidad.

          Todos alababan la iniciativa porque habían encontrado qué comer y  habían disminuido sus desgracias. Sabíamos que estábamos en el comienzo y que vendrían épocas duras en la medida en la que tratáramos de consolidar las relaciones entre ellos. Cuando todos eran pobres y no tenían recursos para salir de la pobreza, porque únicamente trabajaba la empresa minera Gecamines, se veía ilusión en la gente, y los jóvenes trabajan con entusiasmo acompañando a sus padres.

          Pero fueron apareciendo las pequeñas empresas mineras, chinos e indios en su mayoría, que pagaban semanalmente a sus trabajadores y el tener un dinero en el bolsillo, les tentó a los nuestros, que normalmente, se ven obligados a esperar la llegada de la cosecha para tener unos euros, y poco a poco  fueron desapareciendo para formar parte de ese grupo de “mineros artesanales” que se juegan la vida en canteras y galerías sin ningún tipo de protección, con la única esperanza de que el sábado van a recibir la paga que les permitirá divertirse o comprarse tal vez una camisa para pavonearse ante sus camaradas.

            Han transcurrido doce años desde el comienzo de esta experiencia. Ellos  mismos  prepararon  unas  normas  de convivencia,  que  todo  el  mundo
 debía aceptarlas, si es que quería permanecer en aquellas tierras. Pero la rigidez del primer momento se fue resquebrajando y ahora cada cual hace lo que mejor le parece pero intentando aparecer como un fiel cumplidor de lo establecido para que nadie se fije en él y pueda actuar como mejor le parezca.

            Estando así las cosas, comenzamos la construcción de la escuela. El director de la escuela primaria parecía comprender el nuevo estilo que queríamos implantar en Kabulumbu y participaba en todas las reuniones de los miembros, ofreciendo siempre su colaboración y su saber hacer para que el proyecto no fracasara.

            El Gobierno no se hacía cargo de la escuela y he estado poniendo mensualmente unos 300 $ para estimular a los maestros, y juntamente con lo poco que podían pagar los padres de los alumnos, nos íbamos defendiendo.  De esta forma todo el valle contaba con una escuela a la que podían enviar sus hijos, con la seguridad de que iban a aprender algo, a diferencia de lo que ocurre en sus pequeños poblados en los que el maestro envía a los alumnos a trabajar sus campos y como no reciban a tiempo el salario que les ha sido asignado por el gobierno por su antigüedad en la enseñanza, obligan a los padres a pagarles su salario o a que les ofrezcan un par de gallinas o una cabra, para cumplir con su cometido.

            Al cabo de un tiempo, el director de la escuela comenzó a interesarse más por el dinero y las bebidas alcohólicas que fabricaban a escondidas, que en el seguimiento de los programas escolares. Eso molestó a los responsables de la asociación y comenzaron a seguir más de cerca  las andanzas del director, descubriendo que su afición no iba solo por la bebida sino que al mismo tiempo se interesaba también por las “cantineras”, y de esta forma se creó un enfrentamiento entre el director de la escuela y el director de la asociación.

            El director de la escuela es hijo de la región y creía que eso le iba a dar peso para enfrentarse con los de la asociación, que a fin de cuentas no son naturales de esa zona, y comenzó amenazando a todos los “extranjeros” que habían venido a sus tierras para sacar provecho de ellas pero que les podría costar incluso la vida, porque poco antes había muerto ya un miembro de la asociación y hacía saber a todo el mundo que también él había tenido parte en ello. (No se trataba de un asesinato, sino de una muerte por procedimientos mágicos, hechizos, etc.). La gente  cree  firmemente  en  esas  amenazas  y  sentía  insegura,  desprotegida.  Sin embargo el director se fue ganando la enemistad de la mayoría y le denunciaron ante el Jefe de la tribu por las amenazas que estaba profiriendo y decidieron trasladarle a otro pueblo, para que de esta forma la paz volviera a reinar en Kabulumbu.

            Han enviado un nuevo director a nuestra escuela pero todavía es un poco pronto para poder dar un juicio sobre su comportamiento y su valía.

          La historia que os cuento ocurrió hace poco tiempo. La diferencia entre el  mundo europeo y el africano no es solo cuestión del color de la piel sino de las distintas formas de pensar de ambos y que nos complica a la hora de comprenderles y presentarles unas verdades que nos parecen fundamentales. Me la fue relatada por “el chico de la película”, es decir, por el mismo que las sufrió, que aunque no vive en las cercanías de la parroquia, la situación crítica en la que se encontraba le movió a tocar todas las puertas que pudo y cuando llegó a mi casa le pedí que me contara lo que le había sucedido.

            En este vagabundear buscando trabajo, se casó y juntamente con su mujer fueron a instalarse a un población muy conocida por sus minas de diamantes. Allí compraron una casa y con una bicicleta hacía comercio para transportar los sacos de tierra con minerales de diamante y alimentar al mismo tiempo su pequeña tienda a la que  atendía su mujer.

             Las casas en general son de una sola planta, y están rodeadas por una parcela de terreno. Un día una cuadrilla de amigos, que ya se habían puesto “morados” con cerveza indígena, discutieron acaloradamente en su parcela, llegaron a las manos y como consecuencia de la reyerta murió uno de ellos. Le detienen al chico porque la muerte había ocurrido en su parcela. Va a la cárcel por tal delito, pero después de una breve estancia en prisión, sobornan al carcelero y se escapa con su mujer y su hijo.

             Se van hacia una población vecina, pero a pesar de todo, alejada de más de 150 Km.. Es la época de las lluvias. Van a pie por falta de dinero. Se empapan repetidamente. El crío no puede soportar esas circunstancias y se les muere en el camino. Lo entierran ellos mismos en la selva junto al camino. Siguen caminando, llegan a Kananga donde pidiendo a unos y otros consiguen pagar un billete de tren que los acerque de nuestras tierras.  
            Había conseguido trabajo en las minas de Kolwezi. (Está a 200 Km de nuestra zona). Con el paso del tiempo, la familia se fue haciendo grande. Tenían ya cuatro hijos pero con tan mala fortuna que él enfermó y murió al poco tiempo. Vivían de alquiler, la casa no era suya y el propietario les impidió celebrar el duelo en esa casa para evitar que la afluencia de gente extraña estropeara las habitaciones. El hermano mayor del padre decidió poner el duelo en su casa.

            La esposa del difunto y los parientes de ella, acusaron a la familia del marido, es decir al hermano mayor del padre de la víctima y al resto de la familia, de ser ellos los causantes de la muerte y por tanto decidieron no participar en ningún gasto del duelo  y del entierro.  Es un pacto que lo hicieron en secreto porque tenían miedo de que si les acusaran a los otros de hechicería y de haber sido los asesinos del difunto, eso podría acarrear peleas y por si acaso contrataron a dos “catchers” (luchadores de boxeo) para protegerles en caso de pelea.

             Con motivo de un duelo, los allegados van llegando poco a poco y cada cual contribuye con lo que puede. Una suma de dinero, azúcar para tomar café por las noches, bebidas para la gente que pueda aparecer, harina para alimentar a los que ya se han presentado en el duelo, etc., Y estando en esa tensión llegó una hermana de la viuda con un saco de harina que había comprado para la ocasión. Ella no sabía  que éstos habían decidido que no iban a colaborar. En cuanto llegó, se enteró de la decisión que habían tomado y entonces dejó el saco en la cocina sin presentarlo al amo de la casa en el que se celebra el duelo, que es lo que normalmente se suele hacer.

             La gente está acostumbrada a que les den de comer y muchos hambrientos que llevan un par de días sin probar bocado, porque no encuentran trabajo, aprovechan estos acontecimientos para satisfacer su apetito durante el duelo y en este caso concreto, aunque no tenían con qué dar de comer a todos los que se habían juntado, no se atrevieron a abrir ese saco. Decidieron que no podían tocarlo porque no  podían ayudar a la familia del difunto. Consiguieron que alguien les prestara un saco de harina y con ello pudieron terminar el duelo con normalidad.

            Me enteré que al final del duelo iban a entregar el saco a la viuda para que diera de comer a los cuatro hijos del matrimonio que habían quedado huérfanos. El hermano del padre y los de su clan se vieron obligados a hacer todo lo posible para comprar el ataúd,  alquilar el   vehículo  fúnebre, los  gastos  administrativos para  el
cementerio, etc. Y como por mucho  que  insistían no les llegaba el  dinero, vinieron unos allegados donde mí para saber si no les podría ayudar porque se encontraban sin medios para enterrar a su pariente. Sabían que les había ayudado en anteriores ocasiones y ahora trataban de probar fortuna porque ellos no tenían un clavel y hacían lo posible para no meterse en préstamos cuyos intereses van creciendo de un mes a otro.

            Normalmente, las divisiones entre las dos familias se acentúan en el momento de la muerte de uno de ellos. Siempre hay algún familiar que ha ido a consultar al adivino y éste le ha dicho que el causante de la muerte de su familiar es debido a la actuación maléfica de uno de los miembros de la otra familia y eso ocasiona no pocos conflictos, la privación de los pocos bienes que puedan tener e incluso venganzas que pueden llegar hasta la muerte.

Seguimos con la antigua historia que comencé hace varios números en la que una religiosa me comenta su situación personal debido a las actuaciones de su hermana pequeña que está considerada como hechicera por toda la familia. Esta religiosa puede ir a misa cada día, comulgar, rezar con todo el fervor, pero dentro lleva toda esa cultura tradicional que le impide ser libre, quisiera creer como cualquiera de nosotros, pero no se atreve. Se siente bombardeada constantemente por las opiniones de sus hermanos y familiares y ello le incapacita a aceptar en la realidad la presencia de un Padre que vela por sus hijos. Teóricamente lo ve con claridad, pero en la práctica se siente más tranquila refugiada en sus creencias.

            Según me contaba, su hermana fue hechizada por su abuela paterna cuando tenía dos años. A los seis años descubrieron su situación. Hacía tiempo que un grupo de hechiceros quería matar a su padre pero no lo conseguían, hasta que enterada la hermana pequeña, se unió  a la banda y lo liquidaron enseguida. Han tenido que quitar todas las imágenes religiosas de la casa porque según el pastor que fue a exorcizar a la embrujada, detrás de cada cuadro se escondían malos espíritus. Su hermano mayor, cansado por las acciones de su hermana, un día se presentó en casa y le arreó una soberana paliza, pero a pesar de todo no consiguió quitarle los maleficios. Ella dice que es la mujer de Lucifer y tiene la categoría de reina.

        Está dando clases en una escuela de monjas, de la misma congregación de la religiosa que me cuenta estas historias. Viendo que no hacen carrera con ella, ha llamado a la responsable de la escuela en la que trabaja para que la despache porque podría hechizar a alguno de los críos y menudo escándalo que iban a dar al saber que una hechicera estaba dando clases. Pero además, podría ser que entre todos los críos, alguno de ellos fuera también hechicero y lo iba a desvelar, porque se podrían encontrar en alguna de las reuniones nocturnas que celebran entre ellos. Ella le ha llamado también a su hermana para que deje de enseñar, pero la otra se resiste, no quiere escuchar a nadie y las palizas no le afectan.

            Ella sigue viviendo en la casa de su madre. Están las dos solas porque ninguno más de la familia quiere compartir el mismo techo. Hace poco, estando la madre sola, sintió una especie de desvanecimiento y perdió el conocimiento, Al despertarse se encontró con que estaba vigilada por dos demonios, uno sentado a su derecha y otro a su izquierda y para colmo de males, una gran serpiente le pasó sobre su cuerpo y despareció detrás de la puerta. Ante tal susto volvió a perder el conocimiento y no sé lo que hubiera pasado si una de las hijas, de paso de hacer las compras, pasó a saludar a su madre y al no contestar a su llamada entró en casa y se encontró con su madre en el suelo y sin conocimiento. Empezó a gritar, acudieron los vecinos, y consiguieron reanimar a la madre.      
   
                 Al preguntarla qué es lo que le había ocurrido, la madre explicó las apariciones qué había tenido y la hermana llamó a toda la familia para ponerles al corriente de los hechos. No dudaron un instante en acusar a la hermana hechicera de todas esas fechorías y entre todos la dieron otra soberana paliza y la expulsaron de casa. Se fue a vivir con el pastor de una secta a la que asistía con cierta regularidad, pero también allí debió ocurrir algo porque el pastor  terminó por expulsarla y ahora nadie sabe dónde vive.

                El Ayuntamiento de un barrio de Likasi que se llama Kikula, fue asaltado hace unos años por los estudiantes de secundaria en protesta porque un automovilista había atropellado a una estudiante, a la que ni siquiera le rompió una pierna. Lo arrasaron.  Quedaron únicamente las paredes, porque se llevaron hasta los marcos de las puertas y de las ventanas, pero sigue funcionando, no ya dentro de unas habitaciones, o en un espacio cubierto, sino al aire libre, aprovechando la sombra que les proporcionan los árboles cercanos. Es curioso, pero verdaderamente triste, verle al alcalde sentado en una silla atendiendo a los que quieren hablar con él. Los presos permanecen maniatados apoyándose en una pared o sentados a la sombra, en espera de ser trasladados a la cárcel.

            De esto han pasado más de cinco años y no hay un signo que demuestre que hay una voluntad de reconstruir. El gobierno les ha dicho que no piensa darles ni un euro para rehacer el ayuntamiento y que son ellos mismos los que lo tienen que arreglar si les interesa tenerlo. Delante, hay una especie de plazoleta en la que han colocado una pantalla grande para ver los partidos de futbol, que normalmente son de noche.  Acude mucha gente. Siempre hay quien trata de sacar provecho de las circunstancias que se presentan y como hay mucho miedo entre la gente porque se dan casos de asesinatos, alguno de los que asisten al espectáculo, cuando todo el mundo está excitado por el gol que parece que viene, tira un petardo, la gente piensa que se trata de un disparo y sale todo el mundo corriendo pensando que están siendo atacados por los militares, y en las carreras pierden los zapatos, se les caen los móviles y la plaza aparece llena de ”regalos” que lo aprovechan inmediatamente el autor del petardo y la banda que estaba conchabada y desaparecen tan pronto como se han apoderado del botín. Cuando la gente se da cuenta que no era más que una falsa alarma y vuelve al lugar en busca de sus objetos, constatan que todo ha desaparecido pero no tienen dónde reclamar. No es una broma. Es un hecho real.

            Un abrazo.

                                                           Xabier