miércoles, 6 de junio de 2012

KILIMA 93 - Formato Revista

KILIMA - Junio 2012 - Nº 93


                                           
                                                    LA BODA    (Tercera Parte) 
             Queridos amigos:       

             Por fin, llegó el alcalde. El problema que se presentaba ahora era cómo acomodar a toda la gente en su despacho porque no contamos con ningún salón para estas ceremonias. Iban desplegando las sillas en su interior, pero llegado un momento, no se pudo seguir metiendo más sillas y la gente quedó de pie en el pasillo. A mí, como me conocen todos, me hicieron pasar y en cuanto me vio el alcalde me ofreció una silla que había quedado desocupada porque se encontrada junto a la mesa de su despacho.     
    
             Serían como las doce y media. El alcalde cogió los informes de los tres matrimonios con mucha parsimonia y los fue leyendo en voz alta. Se trataba de leer las dotes de cada pareja y citar la persona que se había quedado con el importe para poder firmar los papeles oficialmente. Cuando llegó el turno de nuestra pareja, leyó en qué consistía la dote y pude comprobar, con cierta satisfacción, que poco más o menos era del mismo volumen que el de los dos otros y al citarme a mi como padre de la novia y como el depositario de la dote entregada por el marido hubo un aplauso cerrado de toda la concurrencia. No se cual podría ser el significado de tal aplauso. Es cierto que era la primera vez que un cura apareciera oficialmente como padre de la novia. 

             Luego vinieron los consejos del alcalde hablando de la excelencia del matrimonio, de la importancia de la monogamia, (él tiene una mujer oficialmente, pero no se cuentan las de “reserva”), de cómo tiene que comportarse la mujer con el marido, que sigue siendo el jefe de la familia, etc. Y acto seguido se celebró el rito del matrimonio civil.  La ceremonia fue bonita, habría resultado mejor, si se hubiera empezado a tiempo. Pero andábamos un poco apurados porque era ya la una, teníamos que tomarnos la cerveza y la ceremonia de la tarde comenzaba a las cuatro y media. 

             Como es normal, no eran los novios los que metían prisa, ya que no contaba el tiempo para ellos. Besos por aquí, fotografías por allá, acoplamiento de todos los invitados que habían llegado a ser los testigos del matrimonio en los coches que se habían presentado, y por fin pudimos arrancar la caravana. 

             Tampoco el Círculo estaba lejos, pero había que ir todo el tiempo tocando la bocina y con los intermitentes encendidos. La verdad es que entre mi traje de fiesta, los ruidos y las luces, me encontraba un poco “corrido”, pero un día es un día y había que procurar que la chavala tuviera un recuerdo imborrable del día de su compromiso. 

             Los encargados de acomodar a la gente habían preparado el encuentro con esmero. Pronto nos dispusieron en las mesas correspondientes y nos sirvieron unas cervezas frescas que en aquel momento sabían a gloria. Yo pensaba que todo terminaba en eso, pero nos dijeron que no tuviéramos prisa y tras la cerveza, hubo una especie de self-service en el que cada cual se podía servir un poco de arroz, pescado, verduras y un trozo de pollo. Y en ese ambiente de música y fiesta en el que nadie tenía interés de mirar al reloj, nos fuimos acercando de las tres y pico de la tarde y les hice saber a los novios, que estaban en su salsa en medio de sus amigos y parientes, pero que se iba acercando la hora y que yo prefería retirarme para no hacer el ridículo en la iglesia haciendo esperar a todo el mundo. La novia vino también conmigo y mientras ella se cambiaba de vestido y daba sus últimos toques al peinado, yo pude descansar un poco antes de acometer la ceremonia religiosa. Yo quería hacer solo de padre y no de padre y de cura, que me obligara a llevar a la novia al altar y entrar corriendo a la sacristía para cambiarme de ropa y comenzar la ceremonia y le pedí a un compañero de la parroquia para que presidiera la ceremonia religiosa. 

             La entrada en la iglesia fue solemne. Yo creo que miraban más al cura con traje y corbata que a la novia, o al menos, tanto al uno como al otro. Ella iba de blanco. Aunque no tiene una cara muy finita, iba preciosa, con velo, un ramillete blanco y para más INRI, una especie de pequeño paraguas blanco que seguramente lo habrían visto llevar en alguna boda a la que asistieron por amistad con los novios y ahora les parecía que también ellos lo tenían que llevar. 


 
            La boda transcurrió sin novedad. Comenzó a las cuatro y media y terminó a las siete en punto de la tarde. Aquí, lo normal. A la salida de la iglesia, los clásicos saludos, abrazos, fotos, serpentinas, papelitos blancos, spray con unos polvos blancos… ,  y  los novios dijeron  que se iban con  los padrinos  a  tomar un  refresco mientras los invitados esperarían su regreso para comenzar la cena.
             Normalmente no suelo asistir a las bodas porque, en general, no se sabe cuando comienzan y mucho menos cuándo terminan. En ese tiempo de espera a que llegaran los novios después de refrescar el gaznate, comentaban los invitados que ahora los caprichos de los recién casados son imprevisibles. Algunos hablaban que en alguna boda a la que habían asistido, la cena comenzó a las once de la noche. Solamente de oírles me iba mosqueando por dentro. Al día siguiente me tocaba celebrar las dos misas de la parroquia y por el efecto de los preparativos, la novedad, la tensión del momento, etc., yo me encontraba cansado. Sabía que como padre de la novia tenía que hacer un esfuerzo en ser atento con los invitados y no darles un desplante, pero tenía unas ganas enormes de llegar a casa, tomarme algo fresco y meterme en la cama. 

             Fueron bastante moderados puesto que regresaron a las nueve de la noche y pudimos entrar en la sala que habían preparado. Era el salón de actos del Centro de Minusválidos. La música sonaba a tope, nos entendíamos a gritos y una vez instalados comenzaron los prolegómenos del convite. Un animador intentaba a gritos atraer la atención de la gente haciendo presentaciones de los novios, animando a cantar a los asistentes, mientras un grupo de chavalitas interpretaba unas danzas para la ocasión. Entre el sueño que tenía, el ruido de la música y el griterío del animador, mis ganas de desaparecer del local iban en aumento, pero había una fuerza interior que me retenía. 

             Después tuvo lugar la entrega de regalos. Todos venían preparados y traían unos paquetes muy bien embalados con papeles de colores. Cada cual los entregaba tanto al novio como a la novia y cada entrega se hacía a cambio de un beso con el que los concernidos regalaban a los obsequiantes. Y todo eso se hacía a ritmo de música. Cada cual se acercaba a la pareja nupcial moviendo el esqueleto lo mejor posible para ser vitoreado por los asistentes. 

             Y por fin, serían como las once de la noche cuando tuvo lugar la cena. Habían preparado una gran mesa con todas las vituallas y cada cual se dejaba servir por unas camareras dispuestas a satisfacer los gustos de cada uno. La comida era de lo más sencilla pero en abundancia: arroz, alubias, macarrones, verduras, pescado (chicharrillos), pollo, patatas… y todo ello rociado con cerveza en abundancia. Había un buen ambiente. El murmullo de los asistentes subía poco a poco de tono a medida que caían vaciadas las botellas de cerveza. 

             La verdad es que yo, ya no podía más, y lo más disimuladamente posible desaparecí de la escena antes de que viniera la tarta nupcial. Una tarta de varios pisos que la había visto en la cocina pero no podía esperar por más tiempo porque se me cerraban las persianas y pensaba en lo que podría decir al día siguiente en las misas que me tocaban.  La fiesta siguió hasta las seis de la mañana, hora en la que yo bajaba hacia la iglesia para prepararme para celebrar la eucaristía. 

             En estas ocasiones siempre hay gente dispuesta a hacer algunos comentarios maliciosos y se me acercaron para preguntarme, que como “padre” de la chavala, tenía que estar enterado de cómo los novios habían pasado su primera noche. 

             Aunque a uno le rondan muchas ideas por la cabeza, nunca se me hubiera ocurrido hacer demasiadas preguntas al respecto. Yo les veía a ellos tan acaramelados, agarrados de la mano en todo momento, echándose unas miradas en las que se derretían, que me parecían signos que ponían de manifiesto lo que hubiera podido ocurrir en la intimidad de esa noche. 

             Para algunas tribus, el “acontecimiento” de esa primera noche suele ser de gran trascendencia, hasta el punto que me contaba un feligrés que las abuelas quisieron ser testigos presenciales de lo que ocurriera en ese instante y el recién casado les invitó a que abandonaran la estancia y les dejaran tranquilos. Todas estas costumbres que se celebraban con mucha rigidez hace unos años, van perdiendo virulencia y ahora hay más lasitud en lo que se refiere a lo sexual. 

             Para terminar con las costumbres de la boda faltaba una parte. La novia tenía que mostrar sus conocimientos culinarios para saber si con lo que sabía podría satisfacer las necesidades de su marido. Normalmente habíamos pedido que esa prueba se realizara al día siguiente ya que estaban aquí los parientes del novio y de la novia, pero dijeron que no era correcto el que todos los encuentros hubieran tenido lugar en Panda y que por tanto también nosotros tendríamos que desplazarnos un día a Lubumbashi. Quedamos en que lo haríamos el sábado siguiente a la boda. 

             El día 11 nos pusimos en camino hacia Lubumbashi con el coche lleno de gente y el arreo de la chavala, que no se abrió el día de la boda porque tenían muchos paquetes en los que centrar su atención. Tampoco ese día fue de descanso o de ahorro para nosotros porque no está bien presentarse en casa de la recién casada, a la que se supone que todavía tiene la despensa vacía y llevamos una caja de cervezas otra de limonadas, arroz, verduras y pescado. 

             El encuentro fue un poco decepcionante. La tradición ha quedado vacía de contenido. Antiguamente era una prueba seria en la que las tías del marido juzgaban la manera de cocinar de la nueva esposa, se veía si sus artes culinarias estaban lo suficientemente bien preparadas para satisfacer los caprichos del marido, y ahí entraba en juego el honor de la madre de la novia porque era la había preparado a su hija para la etapa más importante de su vida. 

             Pero por lo que pude ver en casa de los recién casados, lo que se pretende es juntarse una vez más y hacer una fiesta. Las que más trabajaron para preparar la comida fueron otra vez las monjas y alguna tía del marido. La recién casada pasaba más tiempo atendiendo a los que llegaban que trajinando en la cocina.  Como estuvo esperando a lo que lleváramos nosotros para empezar a preparar la comida, ésta no estuvo lista hasta las cuatro de la tarde y con harto pesar por parte de las monjas, las tuve que sacar de la fiesta porque teníamos que recorrer 125 Km. aguantando un intenso tráfico nocturno de camiones, que cargados de minerales, se dirigen hacia la frontera para pasar su “estraperlo” hacia Zimbabwe o África del Sur. 

             Antes de salir de casa, las monjas estaban preocupadas porque no habían abierto el arreo preparado para la novia. Ella lo tenía que ver y las monjas lo apuntaban todo porque si un día el matrimonio se disloca, y en ese caso, todas esas cosas volverán a la casa del “padre”. 

             Llegamos a casa agotados, pero con la conciencia del deber cumplido. Se ha terminado la boda, se han cumplido todos los requisitos, pero ahora falta lo más importante y ahí nosotros no podemos hacer nada. Ella tiene que dar a luz, tener descendencia, y entonces sí que podremos decir que están casados y bien casados. Que Dios les bendiga. 

             Y fueron pasando las horas, se completaron los días, se llenaron los meses y no se recibía ningún rumor sobre lo que todos esperábamos silenciosamente. ¿Habría “problemas”? ¿Algo no funcionaba correctamente?. Entre nosotros, la pregunta de la gente conocida siempre era la misma. “Y ¿qué?. ¿No hay noticias de Lubumbashi?” Y la respuesta siempre era la misma. “Pues todavía no”. Nadie se atrevía a hacer la pregunta directamente a los interesados.
             Un día tuve que ir a Lubumbashi por asuntos de la parroquia, y como es natural pasé a visitarles. Me llevé una agradabilísima sorpresa. Me encontré con que estaba barriendo los alrededores de la casa pero su fisonomía había cambiado. La encontré con unas redondeces exageradas. Se quedó cortada cuando me vio y vino corriendo a abrazarme. Le pregunté por la razón de su silencio y me respondió que le daba vergüenza anunciármelo. Ya me quedé tranquilo y a mi vuelta lo pude anunciar a todos los que se interesaban por su estado. 

             Dio a luz a un hermoso niño al que le pusieron el nombre de su suegro. Y ya no hay nada más que contar. Todo transcurre sin novedad y esperemos que así continúen durante mucho tiempo, sin peleas que pongan en peligro su compromiso y sin escapadas a la casa del “padre” porque el marido le hace la vida bastante dura. 


 
            Y ahora volvemos a la realidad de cada día. Han pasado las elecciones, todo ha salido como lo tenían planeado el Presidente y los de su partido. Sigue de nuevo en el poder, aunque para ello haya tenido que hacer todas las trampas posibles, según los comentarios de todos los organismos que las han presenciado. Y todos aquellos que han mostrado que no estaban de acuerdo con los resultados, han recibido su aviso. A los extranjeros se les recuerda que no deben meterse en asuntos que no les concierne porque no vienen al país a hacer política, y a los del país se les recuerda que esta actitud crítica no es la mejor si es que quieren llegar a viejos. 

             Y como es un país muy rico, nadie denuncia lo que está ocurriendo y deja que la gente se pudra, se maten entre ellos, roben la riqueza que debería ayudar a toda la nación, la corrupción campea por sus anchas, la situación se degrada cada día, nos escandalizamos – con razón – de los dos mil o tres mil muertos en las revoluciones de los países árabes pero pasamos un velo sobre más de los cinco millones de congoleños que han muerto y que siguen muriendo cada día, en los millones de gente que se esconde en la selva donde los niños no tienen escuela y los mayores no pueden cultivar, y el gobierno no interviene con energía porque los que están en el poder se aprovechan de las riquezas de esas zonas de conflicto. Dos ejemplos que han aparecido en Internet: 
             El tribunal de La Haya ha dictado por segunda vez una orden de búsqueda y captura contra Bosco Ntanganda por las atrocidades que está cometiendo al Este del Congo con sus milicias: secuestros de niños para la guerra, violaciones, asesinatos, incendios de poblados… Se supone que normalmente anda entre la frontera del Congo y Rwanda y nos enteramos por Internet que se encuentra protegido en una de las residencias del presidente Kabila. Y todo el mundo se calla porque de lo contrario se quedarían sin coltán, wolframio, casiterita y otros minerales considerados como de suma importancia. 

             La gente del gobierno se aprovecha de su impunidad para “comprar” a precios irrisorios grandes extensiones de terreno en las zonas mineras para vendérselo luego a sociedades que quieren instalarse en el país. Se hacen multimillonarios en dos días y guardan sus dólares en los Bancos europeos. Si algún periodista tuviera el atrevimiento de divulgar lo que sabe, su vida correría peligro, pero anunciamos a grandes gritos que estamos en un estado de derecho en el que los ciudadanos gozan de un nivel envidiable de democracia. 

             Os deseo a todos un buen verano para que disfrutéis del tiempo y volváis a casa rejuvenecidos. 

             Un abrazo.
                                       Xabier