miércoles, 15 de febrero de 2012

KILIMA - Marzo 2012 - Nº 92


                                    
                                                  LA BODA          (Segunda Parte) 
Queridos amigos: 

             Se acercaba el mes de abril y los días transcurrían en silencio. ¿Es que una ceremonia que había comenzado con tanta seriedad iba a terminar también en agua de borrajas? Tenía la mala experiencia de tres “hijos” que no habían tenido la paciencia de celebrar todos los diferentes pasos que culminan en el matrimonio  y habían preferido hacer oídos sordos a  los consejos que se les habían prodigado y “arrimarse” con sus queridas a nuestras espaldas.   De esta forma he conseguido ser “abuelo” de nueve nietos, pero los considero “postizos” ya que no han llegado a este mundo por la avenida principal sino utilizando oscuros vericuetos que no me llenan de satisfacción. Son los nietos del fútbol porque todos han nacido de “penalty”. 

             Marzo iba tocando a su fin  cuando “la chavala” me llamó, para decirme que no podrían presentarse el mes siguiente porque la familia del novio no había conseguido reunir todo lo que se les había pedido el día del primer encuentro y posponían la fecha hasta finales de junio. Eso ya me tranquilizó y los negros nubarrones de mis cábalas se fueron disipando. 

             El tiempo iba pasando sigilosamente. Abril dejó paso a Mayo y así entramos en Junio. La fecha fijada era el 20 de dicho mes, domingo. La novia había venido una semana antes para echar una mano donde hiciera falta: en la cocina, para hacer las compras, preparar los vestidos, arreglar la sala en la que tendría lugar el  encuentro… La familia del novio había prometido que ese día llegarían muy puntuales porque luego tendrían que volver inmediatamente a Lubumbashi ya que al día siguiente cada cual tenía que volver a sus puestos de trabajo. 
             La segunda etapa del matrimonio consistía en aportar cuanto se les había pedido el día de la petición de mano y que constituye lo que para nosotros se llama la “dote”. Me advirtió que los de la familia del novio quedaron supercontentos de la acogida dispensada, de la acogida de las monjas, de la calidad y abundancia de la comida y que en vista del éxito otros miembros de la familia se habían añadido al grupo familiar que vendría desde  Lubumbashi. Eso suponía que teníamos que preparar la comida para todos ellos. Esta vez serían unas 25 personas. 

             Afortunadamente, las monjas habían cogido el matrimonio de nuestra pequeña Samba Rosina como si verdaderamente se tratara de una hija suya y todos los trabajos y  molestias que suponía semejante acogida lo hacían con una alegría que me admiraba  y la misma chavala se sintió como en su propia casa desde el primer momento. Pasaba más horas en el convento que en su propia casa. Pronto vinieron las monjas “a pedir sopitas”, ya que tienen muy buena voluntad pero se veían en la necesidad de recurrir al “padre” para solicitar los “medios” con los que preparar la fiesta. 

             Yo no intervine a la hora de  elaborar el menú sino que lo dejé todo en sus manos para que lo hicieran a su estilo. Mi trabajo consistía principalmente en soltar la pasta, y me pidieron que les adelantara 250 $. Aquí no se emplea el euro. Yo no sé quién estaba mas contenta, si la que se iba a casar o las monjas, porque pronto se arremangaron de nuevo los hábitos y como el camino que tengo que recorrer para llegar a mi casa pasa por delante de su cocina, les oía las risas, el ruido de cazuelas que se entrechocaban  y las niñas minusválidas del internado, que también se habían sumado a los preparativos,  limpiaban los pescados en la puerta de la cocina. Se respiraba el ambiente de fiesta a pesar de que por el momento no les tocaba sino trabajar.  

             Alrededor de las doce comenzaron a llegar los primeros invitados y en menos de media hora todos se hacían presentes en el comedor de las monjas, lugar que ellas habían decidido para que se desarrollara la ceremonia. Ese día saqué los mejores  atuendos del armario, incluso me vestí con corbata, cosa que causó la extrañeza de todos los que me conocían porque jamás me habían visto con esos “lujos” y es que el “padre”  de la novia tenía que estar a la altura de las circunstancias. 

             Ninguno de los familiares de los novios tomó la palabra. Fueron una vez más los testigos de las dos partes los que entablaron el diálogo al que asistíamos los demás con cierta curiosidad para conocer el resultado de los “enfrentamientos”.

  Aunque el comedor de las monjas es muy  amplio tuvimos que apretarnos para que cada cual pudiera instalarse y asistir al encuentro. El primero en romper el fuego fue nuestro testigo.   

    -“No podemos decir que no nos hayamos encontrado con anterioridad, ya que con motivo de la petición de mano de Rosina, os vimos llegar por primera vez. Entonces os pusimos unas condiciones para que mostrarais si en verdad estabais decididos a que Rosina formara parte de vuestra familia o era únicamente una especie de pasatiempo, porque en aquella ocasión os presentamos la lista que podría confirmar vuestro interés por ella y no sé si hoy habéis venido con todo lo que se os solicitó en aquella ocasión”.

             -“Si, nuestra intención es precisamente concluir este acuerdo y para ello venimos dispuestos a ofreceros lo que en su día mostrasteis como condición indispensable para el matrimonio. Por eso, vamos a comenzar con mostraros lo que le traemos para el “padre”. 

             Un sombrero, un corte de pantalón y dinero para que un sastre lo cosiera, calcetines, zapatos y 300 $, que juntamente con los 200 $ que habían entregado el día de la petición de mano, completaban los 500 que se les había pedido. Para la “madre”: un pañuelo de cabeza, dos paños africanos para vestirse, unos zapatos y unas sandalias, una palangana grande, un bolso y dinero para comprarse una cabra ya que ellos no la habían podido traer desde Lubumbashi. La cabra es fundamental en una boda africana. Habían quedado en que me iban a ofrecer un traje pero me tuve que conformar con dos cortes de pantalón, para no dar al traste con todos los preparativos”. 

             -“Ya hemos recibido lo  que habíamos solicitado y ahora queremos saber qué pensamientos traéis con respeto a Rosina”. 

             -“Hemos decidido en familia que si no hay ningún inconveniente por vuestra parte, vendremos el 4 de Septiembre para que se celebre la boda en vuestra parroquia y volvamos luego con ella”. 
             “De acuerdo, ¿pero quién paga la comida y para cuántos invitados?.” 

             Los parientes del novio pidieron poder reunirse entre ellos antes de darnos una respuesta y para ello tuvieron que salir de la sala. Después de un corto conciliábulo entraron de nuevo y el testigo tomó la palabra para decirnos que habían pensado que se podrían invitar 75 personas por cada parte y que calculaban que el gasto podría ascender a 1.600 $ con lo cual ellos participarían con la mitad de los gastos. Me pareció una enormidad invitar a tanta gente teniendo en cuenta la situación financiera que estamos atravesando, pero opté por callarme y no aparecer como el rácano de la reunión. 

             Una vez terminado el “trato” se dio paso a la comida. Era abundante, tal vez  no de la misma calidad como la del día de la pedida de mano, pero nadie se quedó con hambre. Hay quienes aprovecharon  la circunstancia para repetir en varias ocasiones y quitar el hambre que traían atrasada. Tampoco faltó la bebida y las botellas de cerveza se vaciaban sin demasiado esfuerzo. Después de dos horas de palabrería y discusiones preliminares, la gente tenía hambre y al principio solo se oía en el comedor el ruido de los tenedores al chocar o rascar los platos. No había necesidad de más palabras. 

             A medida que iban llenando el estómago comenzaron a oírse pequeños comentarios, por bajines, entre los que estaban cerca, y una vez  saciados, se subió el  tono y al son del acompañamiento de los vasos, la conversación se hacía más ruidosa y las risas brotaban espontáneamente. Comenzaron luego los comentarios, las  tomaduras de pelo, y los tantanes pusieron punto final  a esos pasatiempos porque pronto se hizo un corro, juntando aún más las sillas y como siempre, primero salieron las mujeres y más tarde se liaron también los hombres  y todo el mundo se puso en movimiento cimbreando sus cinturas y acompañando con palmas el ritmo de la música. De esta manera les acompañamos hasta el lugar en el que habían aparcado sus coches para que comenzaran su vuelta a Lubumbashi. 
             Fueron pasando las semanas y entramos en septiembre sin darnos cuenta. La chavala se encontraba también en Lubumbashi intentando buscar un trabajo como informática, pero en el lugar en el que le habían prometido una plaza les faltaban los ordenadores para ponerse a trabajar. Mientras tanto andaba mirando por empresas y comercios pero no se le habría ninguna puerta.  Llegó a casa para preparar la boda, probarse un vestido blanco de novia que solían alquilar las monjas, hablar con el encargado de  mover los bancos del salón, poner las mesas, etc. 

             Las monjas eran una vez más “las afortunadas” de preparar la comida. Ya habían preparado la lista de las cosas que había que comprar; carne, pescado, huevos, verduras, etc. y vinieron donde el “padre” de la novia para que les financiara los gastos. Habíamos quedado que la cantidad que tendríamos que poner nosotros sería de 800 $ y tuve que apechugar cristianamente con mis responsabilidades. 

             Yo había querido celebrar una boda sencilla, que pudiera servir de estímulo para los que gozan de un economía modesta, para aquellos que no andan muy sobrados económicamente, que fuera también una ceremonia simple, sin demasiados gastos superfluos, para no ser escándalo de los que quisieran también casarse pero que no cuentan con muchos medios económicos, pero al mismo tiempo se sienten como empujados a hacer como los demás. 

            Mis ideas cayeron en el olvido desde el preciso momento en el que mis palabras salían de mi boca. Ni las monjas, ni los demás “hijos”, ni la gente conocida y mucho menos la chavala estaban por la sencillez sino que les apetecía más todo lo que podría lucirse en ese día. Yo comprendía su situación y no me quedaba más remedio que guardar mis buenas ideas para otro momento y acceder a sus peticiones. Un día es un día y un padre “mzungu”, un blanco, dispone siempre de medios con los que no cuentan los demás.

            Las monjas, por su parte, habían comprado el arreo de la novia sin contar conmigo. Únicamente vinieron a verme con la factura de las compras por delante. Ascendía a unos 500 $: tazas, vasos, baldes, cazuelas, etc. La chavala tenía que salir de casa con un buen ajuar para que no fuera ridiculizada por las cuñadas. Imprimieron las tarjetas, repartieron las invitaciones y una tarde se me acercó la novia y me dijo: “Tú eres mi padre, luego quiero que me lleves del brazo al altar”. No había pensado nada de esto. Creía que tendría que oficiar la ceremonia, pero nada más. Ahora tenía que buscar un traje para ese acontecimiento ya que normalmente no suelo usar esa prenda de vestir. 

             Todos los curas tienen un traje para los grandes momentos, así es que empecé a pensar en alguien que tuviera poco más o menos mi talla y a quien me atrevería a pedirle para no hacer un feo a la chavala. Tuve suerte en el intento porque encontré un traje negro a rayas, muy fino, que a mi me parecía un poco ridículo, pero en cuanto enseñé a los “hijos” parecieron encantados con la elección. Enseguida mandé a las mayores para que le pegaran un cepillado y lo plancharan decentemente. 

             En la medida que se acercaba la fecha de la boda, se notaba más el movimiento de cazuelas en el convento de las monjas. Habían llamado a unas cuantas mujeres del pueblo y la cocina parecía un lugar de fiesta. Entre risas, sudores, y preparativos, se notaba que había algo especial que iba a ocurrir. Todas las monjas estaban también mezcladas con las mujeres repartiendo trabajos y arrimando el hombro allá donde hiciera falta. El convento parecía un lugar de reuniones en el que la intimidad y el silencio había desaparecido y el ruido del trajín inundaba toda la casa. 

             Con los dos cortes de pantalón que había recibido en el día en el que me entregaron la dote de la novia, me cosieron una especie de traje, y digo “especie” porque yo no soy nada entendido en vestimentas y les dije que en lugar de una chaqueta caqui, porque ese era el color de la tela, me gustaba más una especie de sahariana, pero ellos no acertaban a saber que clase de ropa era esa y al final hicieron lo que pudieron pero como era nueva, valía para vestirse en una ceremonia. 

             Según el programa que habían preparado, por la mañana teníamos que pasar por el juzgado para celebrar el matrimonio civil y por la tarde tendría lugar el matrimonio religioso. En la invitación ponía que, después del matrimonio civil estábamos todos invitados a tomar un refresco en el Círculo Recreativo del pueblo. Y ¿Quién iba a pagarlo? Eso ni preguntarlo: el padre de la novia, o sea que tuve        que desembolsar otros 400 $ para contentar a todos los presentes. Temiendo darme un disgusto no me pusieron al corriente de estos preparativos. 

             Unos días antes de la fecha fijada, me pidió que le comprara un vestido para celebrar  la boda civil. Como de costumbre, se lo compró, me pasó la factura y se lo guardó en casa. Yo no lo había visto, pero como tuve que llevarla en mi Land Cruiser hasta el ayuntamiento, -en el coche del “padre”, me tocó esperar a que la novia se engalanara para el momento y cuando salió de casa me quedé pegado. Venía con un vestido blanco y con un sombreo de medio lado que podría ser tranquilamente el vestido de boda, pero para su gusto no era sino el vestido para la ceremonia civil. Y yo que quería una boda sencillita, veía que aquello se me disparaba. Pensaba en esta niña que ahora se casaba pero que había sido abandonada por su madre a los cuatro años y había crecido sin conocer su cariño. Tenía derecho a sentirse feliz, no quería ponerle freno a alguno de sus caprichos, porque nunca lo hubiera comprendido y sería como un borrón en su vida. 

             Llegó la hora de dar comienzo a la ceremonia civil. Yo tenía que llevar a la novia en coche. Me parecía un poco humillante llevarla a la chavala de blanco en un todo-terreno pero no contaba con otro medio. El Ayuntamiento queda cerca de casa, no llegará ni a un kilómetro la distancia  que nos separa, pero todo ese trozo no es apto para coches normales. Está destrozado, lleno de agujeros y piedras, que yo suelo arreglar cada año pero se estropea con las lluvias y luego nadie tiene la buena intención de continuar con los arreglos. 

             La hora fijada era a las diez de la mañana. Había también otras personas de espera porque se iban a celebrar tres bodas aquella mañana. El alcalde avisó que estaba fuera, en una reunión, y que llegaría con un ligero retraso. Hacía un sol de castigo. Iba vestido elegantemente con mi traje caqui y pude meterme dentro del edificio en espera de que viniera el alcalde. Pasaron las diez y media y llegaron las once y allí no aparecía quien tenía que celebrar la ceremonia. Mientras tanto, una secretaria iba tomando los datos a los novios. Habían dejado toda la documentación con una semana de antelación pero la secretaria decía  no haber  tenido tiempo para rellenar los formularios de la boda. Nos dieron las once y media y también las doce, sin que el alcalde se mostrara para apaciguar a las multitudes. En ese tiempo de espera, el Ayuntamiento se había llenado de gente y no quedaban sillas para acoger a los invitados. Yo, como ya había cogido una desde un principio, no estaba dispuesto a cederla ni por razones de educación, porque tengo que cuidar de mi cadera que pronto empieza a hacerse notar ni no se la trata con cierto cariño. 

              (Seguirá en la tercera y última parte. Al mismo tiempo os ofreceré algún comentario sobre las elecciones que han tenido lugar y que todavía no han terminado ya que el Tribunal Superior de Justicia no ha dicho aún su última palabra).         


                    Un abrazo.                                                    
                                                        Xabier