Xabier es uno de los 22 misioneros diocesanos que llegaron a tierras congoleñas hace 47 años.
jueves, 27 de marzo de 2014
KILIMA 100
Queridos amigos:
A lo tonto a lo tonto, hemos llegado al número 100. Nunca pensé alcanzar tal meta y no por falta de anécdotas que comentar, sino porque muchas veces los artículos me parecían monótonos y tenía la impresión que podría aburrir con ellos a vosotros, los sufridos lectores.
Es muy difícil explicar en unas
pocas líneas la situación del país, pero al menos es una forma de manifestaros
mi agradecimiento, ya que con vuestro apoyo, hacéis posible que la misión de S.
José siga su marcha y mantenga en pie toda la infraestructura que se ha montado
con vuestra colaboración para el desarrollo y progreso de este pueblo.
En general, se trata siempre de
hechos reales que tienen algo que ver con mi persona, como el relato de hoy, en
el que Carine, la hija de mi primer “hijo”, o acogido en la parroquia, (luego
vendrían muchos más) se hizo mayor sin darme cuenta y se presentó en casa
cuando ya había finalizado sus preparativos para la boda.
La boda de Carine:
Venía con un paquete, me lo puso en
las manos diciendo: “Esto es de la dote de Carine”. No sabía que ya habían
celebrado el encuentro oficial las dos familias y habían llegado a un acuerdo.
Un traje, unos calcetines, zapatos, 200 $ y dos botellas de cerveza.
Le agradecí por el detalle, pero pensaba que estaba fuera del círculo familiar
en el que se deciden los asuntos familiares, de hecho no estaba al corriente de
nada ni me invitaron a participar en los encuentros de las familias. Ya me
habían dicho que la chavala tenía novio y que querían casarse este año, pero
sin ninguna precisión sobre la fecha en la que ésta pudiera tener lugar.
El traje era de fabricación china, venía muy bien protegido. En cuanto intercambiamos algunas palabras sobre el acontecimiento y volvió él a su trabajo, me lo probé. Los bolsillos de la chaqueta estaban cosidos. Luego me dijeron que eso es corriente. Yo, que tengo cuerpo de pobre y en general me sienta bien toda la ropa que me pongo, aquel traje me colgaba por un lado y me apretaba por el otro. Tuve que recurrir a un sastre para que me lo arreglara y pudiera ponérmelo el día de la boda a la que me habían invitado. Los arreglos corrían por mi cuenta y lo cierto es que no me resultó gratis. Los zapatos eran puntiagudos y del número 44. Le llamé a Dominique para preguntarle si no los podría cambiar, ya que normalmente calzo un 41 y con esos puntiagudos podría alcanzar tal vez el 42. Se los llevó.
Carine trabajaba como enfermera en una clínica privada de Lubumbashi. Hay
algunos lugares que indican que nos encontramos ante una “clínica”, sobre todo
ahora, que con la llegada de nuevas empresas que vienen especialmente para la
explotación del cobre y del cobalto, pero a las que les interesan también otros
minerales, como el coltán, el uranio, el oro, la casiterita, etc., ha llegado
mucho personal extranjero y eso ha ocasionado un gran movimiento migratorio
desde las provincias del interior hacia la zona katangueña en la que nos
encontramos.
Para atender todo este
personal extranjero se han levantado algunas verdaderas clínicas que cuentan
con todos los medios modernos, pero que presentan unas facturas no aptas para
la mayoría de los vivientes.
Por eso, se daba el nombre de “clínicas”
a casas normales en las que se habían tirado algún tabique y de dos
habitaciones se convertían en una sala de hospitalización. A lo sumo,
construían un pequeño edificio en la parcela de la casa, que podía servir de
sala de operaciones, pero como los cortes de luz son muy corrientes, se
exponían a verse privados de la electricidad en medio de una operación, que la
terminaban como podían con la ayuda de alguna linterna cuyo foco alumbraba la
zona de la intervención.
Hablar de asepsia, esterilización, sábanas limpias,
les sonaba como a incordio y era mejor ver, oír y callar. Todo el material
quirúrgico provenía, generalmente, del hospital general del estado o de los
hospitales de las empresas en las que trabajaban los médicos, que pacientemente
y a lo largo de los meses, habían tratado de aligerarlos de su abundancia para equipar los
pequeños centros sanitarios que disponían dichos “doctores” con el
fin de redondear sus exiguos salarios.
El personal sanitario no percibe unos salarios fijos todos los meses. Todo
depende del número de pacientes que reciban en la clínica esa temporada. Así es
pagado el personal que trabaja en estas clínicas. Normalmente no pasan de 8
camas, pero si hubiera más casos, tampoco tienen inconveniente en acostar a dos
operados en la misma cama. Los salarios no son muy altos, no están afiliados a
la Seguridad Social, cobran cuando tienen suerte, porque a veces el cirujano
tiene que salir de un apuro y necesita todo el dinero, con lo cual el personal,
aunque molesto y enfadado, no tiene otra solución que apretar el cinturón y
esperar una mejor ocasión.
Los enfermeros se encargan de comprar las medicinas que receta el médico y de
cuya venta a los enfermos sacan una propina porque normalmente cobran más de lo
que indica el precio. El médico lo sabe pero se calla porque también él
está en fuera de juego, ya que su “hospital” no reúne las condiciones
necesarias para estar en funcionamiento y del silencio de unos y otros, salen
todos ganando.
Carine había estudiado enfermería y había terminado sus estudios con el grado
de asistente médico, pero no encontraba trabajo. Había trabajado ocasionalmente
en varios hospitales pero al cabo de tres meses le agradecían por
los servicios prestados, pero la decían que no pensara en que la iban a
contratar y sin haber cobrado un duro se veía en la obligación de recurrir a
otro y así hasta caer en una de esas clínicas en las que no se sabe nunca si se
va a cobrar, ni cuánto, pero es el único lugar en el que ha encontrado una
forma de practicar sus conocimientos.
Ella es la hija mayor de Dominique, a quien le acogí en casa hace muchos años,
cuando aún era un chaval, famélico, huérfano de padre, sin haber pasado del
quinto grado de primaria. Por aquel entonces, su estómago no sabía lo que era
“llenarse” y tuvo que permanecer un par de meses en el hospital hasta que se
normalizaran sus tripas y pudiera comer sin que los intestinos se resistieran y
expulsaran lo que estaba digiriendo.
Vivía en casa y un día se me presentó, diciendo: “Oye, ya soy mayor. Yo tengo
ya que casarme y me tienes que buscar una chica”. Tenía razón, y no me quedó
más remedio que fijarme con más atención en las chavalas que pasaban ante mis
ojos para buscarle una que fuera digna compañera a lo largo de su vida. Pero
esa es otra historia. La cosa es que ya le encontré una, se casó y la tuvo a
Carine.
En agradecimiento a cuanto había hecho por él, quería ponerla el nombre de mi
ama, pero ya se lo había dado a otra chavala. En ese caso, tendría que ser el
de una hermana y le pusimos el nombre de María Gloria Goicouría. Pero el nombre
de María Gloria se les hacía raro y desde un principio comenzaron a llamarla
Carine. Sin embargo el apellido lo guardaron con mucho afecto, hasta el punto
que muchas de sus amigas la llamaban “Ngoi Guria” queriendo pronunciar
correctamente el apellido.
Un día había tenido que ir a Lubumbashi y lo que menos pensaba era que me iba a
encontrar con ella en la calle. Corrió a mi encuentro y me comentó que faltaba
escasamente un mes para la boda y no tenía aún el vestido para presentarse en
el Ayuntamiento para celebrar el matrimonio civil. “Y ¿qué cuesta?” –
“Trescientos dólares, porque tengo que comprar también los zapatos que vayan a
juego con el vestido”. Yo que llevo una temporada de ahorro forzoso para ver si
consigo terminar las obras de la escuela en las que estoy metido, no esperaba
ese “asalto” en plena calle, pero viendo la ilusión de la chavala y la alegría
de su encuentro conmigo, me pareció que no podía negárselo y que al menos fuera
“reina por un día”.
Mientras tanto ya me habían arreglado el traje. Ya no tendría que pedir
prestado como cuando la boda de otra sobrina. Pero no me habían traído los
zapatos. Mejor, me pondría los míos, con los que andaría sin complejos, en
lugar de esos que están aquí de moda, que son muy puntiagudos, con los que
parece que hemos llegado al pueblo de adelante cuando aún no nos hemos movido.
Me advirtieron de que el día de la boda, la pareja vendría a visitarme. Yo no
conocía aún al novio. Esperé toda la mañana y a eso de las doce oigo unos
golpes insistentes de bocina que me anunciaban la llegada de la pareja. Tenía
algunos refrescos preparados para la ocasión, pero me quedé de piedra cuando vi
que venía una comitiva de al menos 10 personas y en casa ni tengo sillas
suficientes para tantos ni tenía algo que ofrecer a la concurrencia, ni espacio
suficiente para acogerlos. Quedé como un rácano. Yo, bastante avergonzado por
no estar a la altura de las circunstancias, les expliqué lo que acontecía y
respiré a gusto cuando se marcharon.
Venían del
Ayuntamiento. Ya se habían casado. Me había ocurrido con Carine lo mismo que me
sucedió con la otra “sobrina”. El vestido que llevaba podría servir muy bien
como vestido de boda y no sé si alguna vez más se lo volverá a poner. Pero ese
era su capricho y no quise hacer comentarios que ensombrecieran la fiesta. Por
la tarde llevaría el vestido de novia que lo había alquilado para la
ocasión.
Casualidad. Esa semana me tocaba celebrar la
Eucaristía del sábado y del domingo en la parroquia, así es que les casé,
juntamente con otras dos parejas que
se habían preparado para recibir
el sacramento. La pregunté con qué nombre quería que
la casara, si con el de Carine, que es con la que es conocida popularmente y me
dijo que ella era María Gloria y que la casara llamándola por su verdadero
nombre. Todo transcurrió con la normalidad acostumbrada. Comenzamos la misa a
las cuatro de la tarde para terminar a las seis y media.
Os
he comentado en diferentes ocasiones lo difícil que se nos hace el predicar la
Palabra de Dios de forma que la gente pueda creer lo que tratamos de
transmitir. En estos momentos padecemos un confusionismo total en el que no se
sabe distinguir la paja del trigo, en el que parece que se puede creer todo, en
el que el mundo africano no tiene muy claras sus opciones y trata de
defender todo lo que huela a negritud, como si fueran valores de la sociedad
bantú.
Y esta forma
de pensar no está enraizada solamente en el pueblo llano, ya que bastantes
religiosos y religiosas participan de dichas creencias y se me hace difícil
inyectar un poco de esperanza en los corazones atormentados que llegan
quejándose de sus calamidades. Para poner un ejemplo, os cuento el encuentro
que he tenido con una religiosa a la que le he tratado de apaciguar sus miedos,
de infundir confianza en el Señor, pero a pesar mío, pone más confianza en las
imposiciones de un curandero, que en mis consejos, lecturas del Evangelio y mis
exorcismos.
Esta religiosa tiene una hermana que dice haber hecho un pacto con el diablo.
El diablo ha llegado a ser su marido, con el que ha tenido varios hijos, uno de
los cuales, era una enorme rata, que apareció un día muerta porque fue rociada
con agua bendita. Les aconsejaron que cortaran un árbol que había crecido
delante de la casa porque era el lugar de encuentro del demonio con “su mujer”.
Así lo hicieron, pero en venganza, el demonio quemó todos los vestidos que
encontró en casa y se quedaron en la miseria.
El hermano, después de
una brillante carrera, se encontraba sin trabajo. Otro de los hermanos, un buen
profesor, se dio a la bebida y le despacharon del establecimiento. Todos los
miembros de la familia presionan a la monja para que deje el convento o agarre
una enfermedad incurable que le obligue a abandonar los hábitos o en último
caso, que se dedique a la prostitución
La endemoniada guarda celosamente
su anillo de boda con el diablo y no hay forma de quitarla porque la
gente piadosa que conoce el caso la ha aconsejado a la religiosa, que si
consiguieran apoderarse del anillo, perdería su fuerza. Diferentes grupos de
oración han intentado rezar por ella, pero han salido espantados perseguidos
por la endemoniada.
Los miembros de la familia no quieren
pasar por la casa materna, donde reside la afectada, por miedo a que algún
juramento les persiga. El padre murió hacía unos meses como consecuencia de las
actividades de su hija. En estas circunstancias han transcurrido varios meses y
ni mis oraciones, ni la visita del sicólogo, ni las reuniones familiares, ni
las imposiciones de manos de los pastores de otras iglesias, han conseguido
tranquilizar a la poseída por el espíritu del mal para que escupa lo satánico
que hay en ella y recobre la normalidad suya y la de toda la familia. Os
seguiré teniéndoos al corriente de lo que acontezca.
Un abrazo.
Xabier
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