miércoles, 19 de diciembre de 2012

KILIMA - Diciembre 2012 - Nº 95

KILIMA 95 - FORMATO REVISTA




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KILIMA 95 -DICIEMBRE 2012



           
Queridos amigos:

 Los que vivimos en la era del ordenador tenemos muchas dificultades para entender a los que viven todavía inmersos en la creencia de los espíritus y la influencia de los talismanes en la vida de las personas. Por ejemplo, un movimiento político y guerrero que está causando muchas víctimas en Uganda, y en otros países limítrofes como el Congo, es el llamado “La Armada del Señor”.

Alicia Auma, una curandera ugandesa de cierto renombre, ha conseguido poner en pie de guerra un ejército gracias a su predicación y a sus encantamientos. En su doctrina, anuncia la llegada del Juicio Final, se siente enviada por el Espíritu Santo para anunciar a los pecadores la posibilidad de conversión. El único requisito que se les exige es alistarse en su grupo para luchar contra el ejército nacional, para purificar el país de la sangre inocente que ha sido derramada.

Muchos militares se han sentido embelesados con su oratoria y se han unido a su grupo para hacer “la guerra a la guerra” con el fin de conseguir la paz que se llevará a cabo tras una gran inundación y un terremoto que indicarán el comienzo de un período de paz de 200 años.

Para ello, los militares deben someterse a un ritual de purificación para que Alicia les pueda liberar de la fuerza negativa de los sortilegios que llevan encima ó de los que han tenido con anterioridad, para defenderse en los combates. Deberán quemar todos los amuletos y jurar sobre la Biblia que no los volverán a usar. Después de esa primera parte, son rociados con agua para asegurarles la protección de los espíritus, que incluso les pueden defender de las balas. Pero esta protección no resulta eficaz si los adeptos no cumplen fielmente los 20 mandamientos de Alicia, entre los que consta uno que dice “Tú ejecutarás únicamente las órdenes de Alicia”.
 

Antes de lanzarles al combate, Alicia espera las instrucciones del Espíritu Santo, quien le da los movimientos tácticos que debe ejecutar. Rodeada de sus más íntimos colaboradores, mientras éstos se encuentran sentados en torno a una especie de brasero, ella hace su aparición vestida con una túnica blanca, con un rosario al cuello y ordena el plan detallado del combate.

Si alguno de los combatientes es herido o muere en la pelea, es señal de que no ha respetado con fidelidad alguno de los 20 mandamientos. Pero incluso estos pecadores resucitarán un día después de la caída de Kampala, la capital de Uganda., y también ellos podrán disfrutar del premio concedido a los valientes: una casa y un coche.

Ella consiguió una serie de victorias contra el ejército pero un día fue derrotada y consiguió escapar a Kenia. Sin embargo, un joven llamado José Kony, que dice ser primo de Alicia ha seguido con este movimiento y forma parte de uno de los diferentes grupos que se oponen al poder central. Éste, ha añadido algunas normas a las ya establecidas por Alicia, como la invocación a los espíritus y a los mandatos divinos, pero ha aligerado algunos cánones de la fundadora eliminando, por ejemplo, la prohibición de las relaciones sexuales fuera del matrimonio. En este sentido, el nuevo líder predica que los guerreros deben disponer de varias mujeres.

Este ejército o movimiento guerrillero ha conocido varios nombres a lo largo de su existencia: “Ejército del Señor”; “”Movimiento del Santo Espíritu”; “Ejército democrático cristiano unido”; “Ejercito de la resistencia del Señor”. Son temidos por sus acciones porque se permiten todo tipo de tropelías, hasta el punto de que les llamen “los cortadores” porque mutilan con sus machetes a todos aquellos que son acusados de colaborar con el ejército nacional. Sus bases se encuentran ahora en el Sudán.

Este grupo actúa también en el Congo. Es uno más de los muchos grupos guerrilleros que llevan la desolación y la ruina al país. Cuando llegan a un poblado rodean las escuelas, atrapan a los estudiantes a la salida de las clases, les entrenan en el manejo de las armas, les obligan a cometer toda clase de barbaridades como matar a sus amigos o familiares para que superen todo tipo de interdicciones y los mandan a la primera fila del frente. Se llevan secuestradas a las niñas que no han escapado a la selva cuando este grupo se acercaba a los poblados, y se pasean sin ser especialmente molestados por el Este del Congo, Uganda y el Sudán. A las niñas se les convierte en “colaboradoras” de los guerreros y les acompañan por donde vayan. Tratar de huir es poner su vida en peligro.

Sin embargo, el tratar de contar con el beneplácito y la protección de los espíritus no es algo reciente o localizado. Durante el tiempo en el que Che-Guevara estuvo en el Congo, escribe extrañado en su Diario de la Guerra sobre la importancia que sus camaradas marxistas (congoleños) daban a los amuletos. En Zimbabwe, durante la guerra de liberación; en Mozambique, en su lucha contra la Renamo; en Sudán, los combatientes no han dudado nunca en llamar a los espíritus reclamando su protección y más recientemente, cuando Kabila derrocó a Mobutu, los Mai-Mai, que lucharon a su favor, se creían protegidos de las balas porque se habían bañado con un agua que les hacía invisibles ante sus enemigos.

Para algunas cosas, lo espiritual y lo mágico también están involucrados en la vida actual, formando como una unidad a las que responsabilizan  de cuanto puede ocurrirles durante su vida: un fracaso escolar, las desavenencias familiares, un accidente laboral, un robo, una mala cosecha… muestran que los espíritus están molestos porque no se les ha tenido en consideración y hay que restablecer las relaciones a través de la mediación de un curandero, un profeta o por los iniciadores de las nuevas religiones que aparecen cada día, de lo contrario nadie velará por ellos para defenderles de los peligros que podrán encontrar en sus vidas.

Ante la actitud pasiva de las autoridades y la corrupción de la policía porque libera con prontitud a los que han sido cogidos en robos u otra clase de infracciones, la gente se toma la justicia por su mano y en más de una ocasión el infractor ha exhalado  su último suspiro en el lugar mismo de su acción. La gente está cansada de tanto robo cuando les cuesta tanto sacar de qué comer durante ese día y no puede aguantar por más tiempo la inoperancia de la administración. Hombres, mujeres, jóvenes y niños intervienen en la ejecución empleando todo tipo de instrumentos que puedan hacer daño, cualquier cosa que pueda caer en sus manos: palos, cazuelas, barras de hierro, o lo que fuera. Un ladrón cogido in fraganti tiene pocas esperanzas de contar su fechoría ante un tribunal. Esto ocurre más en las ciudades que en los pueblos, ya que en los pueblos se conocen todos y buscarán otros medios para hacerle expirar sus culpas.

Yo recuerdo, que siendo nosotros niños, de vez en cuando surgían unos rumores que amedrentaban a la población, especialmente a los pequeños. Por ejemplo se hablaba de “el sacamantecas”, o del hombre de la gabardina que iba con una navaja,  se acercaba por detrás y rajaba a las personas, en los pueblos se hablaba de las brujas, etc. Nadie los había visto pero se contaban como reales rumores que se difundían como la pólvora.

También en Kinshasa ha ocurrido algo parecido pero con peores consecuencias. Últimamente se habla de un grupo llamado “los reductores del sexo”. Los que forman parte de este grupo tienen un poder mágico por el que dando un apretón de manos a una persona, su sexo quedaría poco más o menos, reducido al tamaño de un corcho de botella, con lo cual no es apto para algunas actividades y únicamente el pago de una cantidad de dinero podría hacer que alcanzara de nuevo la normalidad. Por si acaso, no se da la mano a un desconocido. Dicen que vienen de Nigeria, por eso, los que tienen unos rasgos de alguna manera diferentes a los comunes corren serios peligros de ser atacados en plena calle. Basta con que uno dé la voz de alarma para que se abalancen contra él con el fin de protegerse de los peligros a los que está expuesta su virilidad. Se ha dicho que en Kinshasa ha habido algún muerto por este motivo pero no se ha podido confirmar la noticia.

            La cárcel de Makala, la más importante de Kinshasa, con más de 1.300  internos, está atravesando una mala racha. Llevan dos semanas que no han probado bocado. A los que son originarios de la capital, sus parientes les podrán acercar algo de comida de vez en cuando, porque de lo contrario sus vidas corren un peligro serio de inanición. Muere mucha gente, porque también faltan las medicinas y algunos grupos cristianos se encargan de prepararles el alimento de vez en cuando. Lo tienen que cocinar ellos mismos, porque si lo dejan para que el personal del centro se encargue de su preparación y posterior distribución, corren el peligro de que desaparezca en la dirección opuesta a la del comedor y los detenidos sigan bostezando porque no tienen materia que estimule el movimiento de las mandíbulas. Todo el mundo es consciente de lo que ocurre pero nadie toma medidas para regularizar su situación y hacer que el director de la cárcel se convierta en un inquilino más del edificio que regenta y que una nueva persona ocupe su lugar.

            Me encontraba metido en obras. Tenía que terminar un pabellón destinado a la mecánica de automoción. Había confiado en una empresa que parecía seria y estaba bien equipada para llevar a cabo este trabajo. Habían calculado que la obra podría realizarse en 10 meses pero por precaución estimaron que se acabaría al cabo de un año. Estábamos terminando el tercero y todavía quedaba bastante para finalizarlo. Siempre tenían disculpas para justificar sus retrasos. Al final, les despedí a todos y me hice cargo de la obra. Las puertas, ventanas, pintura, electricidad… estaban sobre los planos pero no sobre el edificio. Tuve que arrear con los diferentes gremios para que espabilaran de su torpeza y poco a poco vi que aquello iba tomando forma.

            Durante este verano había recibido la visita de unos guiputxes que querían “gastar” sus vacaciones ayudando en la traída de aguas de un poblado que ya les había abierto una zanja para la puesta de las tuberías. Tenían que pasar por mi casa y me dejaron una porción de queso ”Idiazabal” de los que se compran en los supermercados y una botella de vino, que los guardé cuidadosamente esperando la llegada de algún día solemne o de algún acontecimiento que mereciera la pena de celebrarlo.

            Pensé que la inauguración del pabellón merecía celebrarse y era una fecha memorable que requería alguna acción solemne que marcara un momento tan importante para mí. Estaba cansado de meter prisa, de comprar el material, de correr tras los diferentes gremios que se hacían los remolones con el fin de conseguir ventajas económicas. Yo soñaba con ese día en el que pudiera hacer un bocadillo de queso y beber un buen trago de vino. Esa sería mi forma de celebrarlo.

            Para mí, la inauguración no me preocupaba. El que andaba nervioso era el director de la escuela porque quería invitar a todas las autoridades y directores de las pequeñas empresas de los alrededores para mostrar el nivel de la escuela que dirigía y recibir las felicitaciones por el material que causaría la envidia de todos ellos.

            Cuando yo era el responsable de la parroquia, nunca había celebrado una inauguración. Cuando se terminaba un proyecto, al día siguiente se comenzaba a trabajar en él, sin llamar a toda esa gente, autoridades y directores de empresa, que les interesa salir en la foto, pero nunca han hecho nada por ayudar al desarrollo del proyecto.


                Llevaba tiempo soñando en ese bocadillo y se me hacía la boca agua pensando en el gustazo que me iba a dar. Incluso de vez en cuando, abría la puerta del armario para cerciorarme que la botella estaba allí, reclinada entre los pantalones y camisas de mi arreo personal, esperando que alguien la tratara con cariño y le alegrara el corazón con su contenido.

            Y llegó el día, aparecieron las autoridades, se pronunciaron los discursos, se sacaron las fotos, se visitaron las diferentes dependencias, nos tomamos un vaso no se en honor de quién, se marcharon todos contentos pero yo no pude comerme mi bocadillo porque me entró un dolor de muelas que me impedía masticar. Al día siguiente fui al dentista a Lubumbashi, a 125 Km de distancia, y afortunadamente no hizo otra cosa que hacer sangrar a las encías que estaban cogestionadas y con eso disminuyó el dolor pero no estoy seguro de que haya erradicado el mal.

            Volví a casa y fui directamente al armario. La botella se reposaba plácidamente  y el plástico que envolvía el trozo de queso estaba un poco resbaladizo pero tenía buena pinta, así es que me decidí a llevar a cabo la operación que no la había podido realizar la víspera y que había ocupado mi imaginación durante varios meses. La verdad es que estaba bueno, pero no tan rico como me lo figuraba durante la impaciente espera. La “operación bocadillo” marcaba un triunfo en  la finalización de los trabajos. Me había ocasionado no pocos disgustos, quebraderos de cabeza y enfrentamientos, pero todo eso había pasado al olvido. Los alumnos llenaban las aulas y el ruido de los motores y martillazos mostraba que aquellas paredes encerraban vida y eran la esperanza de quienes se formaban en el aprendizaje de un oficio.

            En Matadi, (es el puerto) hay que pasar por 30 servicios diferentes para sacar una mercancía de la aduana, pero según la ley solo son necesarios cuatro. Por eso, mucha gente que emplea el ferrocarril para acercarse al puerto,  se baja en la estación anterior aunque tenga que hacer esos kilómetros sobre camiones desvencijados y carreteras horrorosas.

            El primer ministro intentó poner un poco de orden y todos le dieron la razón, pero en cuanto se marchó del puerto llegaron a poner un impuesto más porque los agentes que trabajan en esos servicios no quieren amoldarse a las normas del estado porque les privaría de unas ganancias sustanciosas. Nadie parece tener autoridad para imponerse y es que nadie tiene las manos limpias como para dar ejemplo y hacer que todos cumplan la ley, ni el primer ministro. Por eso, es muy difícil invertir en el país, a no ser que sea un aventurero que esté dispuesto a utilizar todos los medios sin preguntarse dónde está la legalidad.

            El país apenas cuenta con bibliotecas o archivos nacionales, con lo cual el nivel de la enseñanza es deficitario. A lo sumo se encuentran bibliotecas francesas, belga, americana… que proporcionan su propia cultura, mientras que 50 años después de la independencia, el Congo vive como un pueblo sin memoria, sin historia, de forma que los intelectuales congoleños carecen de medios de información y por ejemplo, para conocer la historia de una tribu congoleña tienen que recurrir a libros escritos por los belgas.

            Es francamente incomprensible lo que ocurre en este país. Parece que hay una voluntad de pasarse por alto todas las normas y vivir aprovechándose de las posibilidades que se ofrecen sin tener en cuentas si éstas son honestas o nó. Todo el mundo roba. A mi me han robado cantidad de cosas durante la construcción: hierros, madera, cemento, pintura… y hay que seguir trabajando pensando que vendrán tiempos mejores, porque hay que estar a las duras y a las maduras, aunque a veces sea muy difícil de aguantar viviendo en una sociedad en la que no existe la administración del estado, hay un vacío de poder, la justicia está de vacaciones y la Iglesia tampoco pone en práctica muchas cosas de las que dice.

            Que paséis unas Felices Navidades y que podáis libraros de los efectos de la crisis.

                                               ZORIONAK   __   FELICIDADES

            Un abrazo.

                                                                                   Xabier

           

lunes, 10 de septiembre de 2012

KILIMA - Septiembre 2012 - Nº 94 # Formato revista

KILIMA - Septiembre 2012 - Nº 94



Queridos amigos:


      Os cuento un suceso corriente del mundo que vivimos. Una chavala de la parroquia se encontraba mal desde hacía tiempo. La habían operado una vez pensando que lo que la hacía sufrir era una apendicitis, pero cuando todo parecía resuelto, recomenzaba con la fiebre, dolores de estómago, etc., hasta que el cirujano decidía intervenirla por segunda vez, pero se volvía a repetir la misma situación poco tiempo después.
    Sus padres estaban preocupados porque los mismos síntomas de la enfermedad se repetían constantemente y empezaron a pensar que tal vez había algunas otras fuerzas negativas las que estaban causando esa situación y convocaron una reunión de familia para estudiar entre todos la forma de solucionar el problema. Todos los hermanos de los padres no vivían en Likasi, algunos se encontraban en lugares bastante alejados como Lubumbashi que está a 125 Km o Kolwezi que está a 180 Km ., pero la llamada a reunirse era apremiante y nadie podía eludir sus responsabilidades.
   Cuando se recurre a la familia por motivos serios, en general, nadie escurre el bulto y busca disculpas para ausentarse de esos encuentros. Si no tienen dinero para cubrir los gastos del desplazamiento, lo pedirán prestado pero acudirán a la cita.
   Mientras tanto, la niña seguía enferma y en una noche de pesadillas por la fiebre y los dolores, vio en sueños a una tía suya que vive precisamente a 180 Km del lugar de los hechos. A primera hora de la mañana se lo comunicó a los padres el encuentro que había tenido con la tía y ya todos empezaron a pensar mal de ella. Se dio la circunstancia que fue ella la que no asistió a la reunión familiar. ¿Qué más pruebas se podía esperar sobre su culpabilidad en la enfermedad hasta ahora incurable de la chavala?.
      Ahora todos estaban convencidos de que era la hechicera de la familia. La acusada alegaba que si no había asistido al encuentro era porque estaba embarazada y le habían aconsejado que no se desplazara teniendo en cuenta la distancia y el mal estado de la carretera, ya que podría provocar un aborto. ¿Era esa una razón válida? ¿No trataba de disimular de esa manera sus malas artes?
    El estado de la chavala se fue agravando hasta que un día dejó de respirar. Con sus 17 años, era la pequeña de una familia de 10 hermanos. Con motivo del duelo se volvieron a reunir toda la familia y llamaron al abuelo para que les aconsejara a todos los hijos y nietos y terminara la mala racha que estaba sufriendo la familia. ¿Por qué los que habían terminado sus estudios universitarios no encontraban trabajo? ¿Por qué las hijas que se habían casado no conseguían tener descendencia, mientras que los hijos solteros de dicha familia que vivían una vida de aventuras terminaban siempre con un hijo en brazos? ¿Por qué el padre se había caído recientemente de la bicicleta y tenía todavía la cara marcada por las heridas? ¿Por qué tenían siempre problemas con los vecinos con los que hasta hacía poco se habían arreglado sin mayor problema?
   Era difícil responder a todos estos interrogantes, pero lo que estaba claro es que alguien estaba influyendo negativamente y les imposibilitaba la buena marcha de la familia. Ellos tenían 10 hijos entre los chicos y las chicas, todos habían estudiado carrera, el matrimonio se llevaba de maravilla, podían comer cada día, ¿que más se puede pedir en esta vida?.
    Alguno del entorno familiar envidiaba su situación, sobretodo teniendo en cuenta que probablemente no ocurría lo mismo en su propia familia y quería poner freno a tanta dicha recurriendo a manejos mágicos con los que abrir la puerta a la desgracia y mordieran también ellos el polvo de la desdicha para que no se creyeran superiores a los demás miembros de la familia.
    En este caso concreto, la suerte estaba echada. Pero por si acaso recurrieron a los conocimientos de un adivino, a quien le pusieron al corriente de sus sospechas y el adivino lo tuvo bastante fácil a la hora de dictar sentencia. Estaba claro, quien entorpecía el progreso de la familia era la tía, la hermana del padre, que solo tenía dos hijos, esperaba el tercero, pero su marido se encontraba sin trabajo desde hacía tiempo. Pudiera ser que dicho hermano no se mostrara muy magnánimo con su hermana y eso hacía que la envidia y las ganas de vengarse fueran en aumento.
   Como todos eran católicos y muy practicantes, no recurrieron a la violencia sino que convocaron otra reunión familiar, la colocaron a la acusada en medio del círculo en el que se encontraban reunidos y la acusada fue confesando todas sus actuaciones contra los diversos miembros de la familia, hermanos, sobrinos, etc. Pidió perdón a todos, le dieron una buena ración de aceite de ricino y todos los males que llevaba en su vientre fueron a parar al poco tiempo al WC y limpia de toda mancha, arrepentida de sus malas actuaciones, fue admitida de nuevo en el seno familiar. Ella tuvo que poner un par de pollos para la comida de reconciliación y terminaron el encuentro con la alegría de haber arreglado las relaciones familiares.
   Probablemente, no había intervenido en las desgracias que se sucedían en la familia, pero era tal el cúmulo de acusaciones que recaían sobre su persona, que ella misma dudaba de su inocencia porque era cierto que en ocasiones había sentido envidia de la suerte de sus hermanos y no podía asegurar que en esos momentos no se le hubiera escapado alguna fuerza negativa de su persona que fuera a chocar contra la persona que luego resultaría afectada.
   Y el asunto terminó bien porque todos son católicos practicantes, miembros de diversas organizaciones parroquiales, algunos de ellos incluso catequistas, pero cuando les ocurre algo como lo que os he narrado, dejan sus actividades pastorales en un lado, arreglan los problemas a su manera y luego vuelven a ocupar sus puestos, lo cual nos desorienta bastante a nosotros.
   Pero hay diversas maneras de aclarar el misterio de la muerte. Os relato un hecho acontecido en una población vecina de gran importancia minera y que ha ocurrido apenas hace un par de meses.
   Murió una persona en el barrio y sus familiares estaban convencidos de que no fue una muerte natural, sino que había sido provocada por la acción mágica de alguno del entorno de la casa del difunto. No podían quedarse cruzados de brazos porque quien había actuado una vez podría seguir interviniendo de nuevo y causar más muertes. Había que descubrirle y poner freno a sus actividades.
    Entre los miembros de la familia se organizó una comisión encargada de actuar de la forma que les pareciera mejor con tal de descubrir al asesino que merodeaba por aquellos alrededores. Habían oído hablar de un famoso adivino que residía en un pequeño poblado a unos cuantos kilómetros de distancia. El viaje no suponía ningún obstáculo. Se realizó una cotización entre los miembros que participaban en el duelo y mandaron a dos personas para entrevistarse con el adivino y volver con él lo antes posible para que el presunto asesino no tuviera tiempo para seguir haciendo daño.
   Este adivino tiene sus acólitos que le ayudan en el ejercicio de su actuación. Normalmente viene acompañado de cuatro o cinco jóvenes dispuestos a hacer frente a toda clase de situaciones que pudieran encontrarse. El adivino, hace primero una encuesta en el entorno familiar del difunto, se interesa por el tipo de relaciones que mantenía con los demás miembros de la familia, se informa sobre la situación económica de todos ellos, y le preocupa saber si últimamente ha mantenido un enfrentamiento con alguno en el lugar del trabajo o en el vecindario, etc.
   Cuando ya ha sacado sus conclusiones decide intervenir. Llama a sus acólitos y van todos a la morgue del hospital para hacerse con el muerto. En primer lugar entran ellos solos porque tienen que “hablar con el muerto” y conocer su opinión sobre lo que le ha ocurrido. Nadie sabe en qué términos se desarrolla esa conversación. Al cabo de un cuarto de hora pueden entrar los familiares, que se encargarán de preparar al difunto para su paso al lugar definitivo. Le lavan, le afeitan, le visten con la mejor ropa y cuando ya está “guapo” y le han colocado en el ataúd, los acólitos entran en acción.
 
    Colocan el cadáver en el ataúd, lo ponen sobre sus hombros y salen corriendo con el ataúd al hombro hacia el barrio en el que vivía el difunto. La gente corre también tras ellos porque nadie quiere perderse los acontecimientos que darán que hablar durante mucho tiempo en el barrio.
   Todos van corriendo, los porteadores los primeros y toda la gente detrás, levantando un polvo que entorpece la visión de los que vienen los últimos. La gente con la que se cruzan y no está al corriente de lo que sucede se retiran lo más lejos que pueden para no verse arrastrados por la muchedumbre que se va enardeciendo con cantos que excitan a los porteadores y al mismo adivino, quien sabe de antemano como va a terminar la película.
    Los porteadores giran rápidamente a la izquierda y siguen corriendo, se paran parece que hay dudas sobre el camino a seguir. Es el muerto quien les empuja y les orienta sobre la dirección que tienen que coger.    Parece que la muerte ha ensombrecido su memoria. De pronto comienzan de nuevo el galope, ahora hacia la derecha, dan la vuelta, van hacia atrás, y así durante un buen rato y siempre acompañados por la multitud de curiosos que quieren presenciar el final del espectáculo.
    Por fin, en una de estas maniobras y cuando la gente menos lo espera, se abalanzan contra la puerta de una casa, que muchas veces la derriban. Esa es la señal. Es el causante de la muerte quien vive en ella. Y en el caso concreto que os estoy contando, se trataba de un matrimonio que aparentemente jamás ha matado una mosca pero ante semejante acusación la evidencia es indiscutible y los familiares del difunto que seguían a los acólitos, entraron en la casa tras el ataúd y los mataron a los dos.
   Al día siguiente, la radio daba la noticia y condenaba esa forma de actuar, pero de palabra, no hay una actuación enérgica contra ese tipo de acciones que se van generalizando y que son un ejemplo del decaimiento de las costumbres. Si también las autoridades creen en las artes mágicas, ¿cómo van a poner freno a todo lo que ocurre?.
    Yo he plantado más de mil árboles frutales alrededor de la escuela de la parroquia: mangos, aguacates, guayabas, papayas… y les he dicho desde el principio que los frutos serán para ellos, para que sus hijos tengan siempre algo que comer, en el período en el que todavía el maíz está creciendo, el campo no produce nada y sienten un cosquilleo en el estómago porque no tienen nada para llevarse a la boca..
    He estado con las autoridades de Panda, quienes me han alabado por mi trabajo, pero las alabanzas no me dicen nada. Les pido que cumplan la ley, ya que está prohibido que las cabras y los cerdos se paseen alegremente por donde les viene en gana y me comen todos los arbolitos cuando son todavía pequeños y tengo que recomenzar a plantarlos otra vez. Les encanta ver el monte limpio y los árboles, algunos de los cuales ya dan fruto, son el orgullo del alcalde y los críos del barrio han encontrado un lugar seguro para sus juegos, pero yo tengo que luchar con los amos de dichos animales porque el alcalde me respondió que le habían amenazado con echarle la mala suerte si se le ocurría prohibirles la cría de ganado porque eso supone para ellos una seguridad para sacar adelante a su familia. No piensan en las huertas que destrozan y en las cosechas que se zampan y las víctimas no tienen el coraje de enfrentarse con los amos de las cabras o de los cerdos.
     He hablado del asunto en cada grupo de personas que se reúnen por cualquier motivo y en el que yo estoy presente, incluso en las homilías de la iglesia he sacado a relucir el tema y la gente sabe que normalmente soy un hombre de palabra, que lo que amenazo lo cumplo. Pero a pesar de todo, tengo que contentarme con echar algunas piedras para ahuyentarlas o salir con el tiragomas con intención escarmentarlas, pero no consigo lo que pretendo porque mi falta de práctica hace que mi puntería deje mucho que desear.
    Los chavales de casa, que están muy sensibilizados ante este problema, porque las cabras les comen toda la verdura que plantan para mejorar su comida, de vez en cuando, cogían alguna cabra la llevaban al ayuntamiento como prueba de mis quejas. El alcalde me agradecía mi labor, le echaba una multa al amo, se quedaba él con el dinero y yo con las berzas estropeadas. Ya me aburrí de cumplir siempre la ley. Ahora, cuando los chavales cogen una cabra, la guardo en casa un par de días para ver si aparece el amo y llegar a un acuerdo con él. Si no se presenta nadie, la meto en el coche y les llevo a un asilo de ancianos al otro extremo de la ciudad o a unas monjitas a quienes les falta de todo y se dedican a recoger los niños de la calle y cuando me ven llegar con una cabra no paran de agradecerme por el regalo tan generoso que les he hecho y cuando alguna vez me encuentro con ellas, lo primero que hacen es darme el parte del estado de la cabra, si ha engordado, si ha tenido descendencia, o les han robado también a ellas, cosa que ocurre con cierta frecuencia.
    La creencia en la hechicería se ha extendido de manera inimaginable. No se dan cuenta que es como una cadena que les une al pasado y no les deja avanzar. Si un estudiante suspende en sus estudios es porque algún miembro de la familia le está entorpeciendo su camino, con lo cual el estudiante es inocente. Si han tenido mala cosecha es porque el vecino les tiene envidia y les ha echado la mala suerte, no descubrirán que han comenzado tarde, que la semilla era de mala calidad o no han quitado las hierbas a tiempo. Si la enfermedad les ataca a varios miembros de la familia es porque alguna parienta se está alegrando de las desgracias que van mermando sus fuerzas vitales hasta destruirla y no pensarán que los alrededores de la casa están llenos de porquería que se está pudriendo allí mismo y que eso es un vivero de mosquitos.
   Y hay gente intelectual, con estudios universitarios que cree también en estas costumbres porque aunque conozcan el por qué de una enfermedad, la pregunta es: “Si, pero ¿quién ha dispuesto eso para que los mosquitos vayan a picar a mi hijo, o para que la semilla se pudra? Siempre encontrarán razones para justificar sus creencias.
     Muchas veces me encuentro desarmado, no sé ni qué predicar ni cómo. Es cierto que la fe es una gracia, y aquí se ve mejor que en ningún sitio, pero también supone un esfuerzo, una aceptación del misterio, un tomar en serio la vida y las palabras de Jesús, un confiar en alguien que quiere lo mejor para nosotros. La gente quiere creer pero no puede, la presión familiar y la del entorno, les puede.
   Por eso, las autoridades me ofrecen grandes promesas, pero vacías de contenido porque temen los poderes mágicos de sus conciudadanos que pueden provocar un estancamiento en su carrera administrativa, un accidente, o un enfrentamiento con sus superiores y prefieren estar a bien con ellos que pensar en la responsabilidad que tienen para custodiar a su gente y protegerles precisamente de esos que no hacen sino mal a todo aquel que se interponga en su camino. Así, es muy difícil avanzar, pero seguimos tercamente en nuestra tarea para que con la ayuda del Espíritu podamos romper el yugo que los tiene atenazados y les impide todo tipo de progreso.

          Un abrazo.
                                       Xabier.



miércoles, 6 de junio de 2012

KILIMA 93 - Formato Revista

KILIMA - Junio 2012 - Nº 93


                                           
                                                    LA BODA    (Tercera Parte) 
             Queridos amigos:       

             Por fin, llegó el alcalde. El problema que se presentaba ahora era cómo acomodar a toda la gente en su despacho porque no contamos con ningún salón para estas ceremonias. Iban desplegando las sillas en su interior, pero llegado un momento, no se pudo seguir metiendo más sillas y la gente quedó de pie en el pasillo. A mí, como me conocen todos, me hicieron pasar y en cuanto me vio el alcalde me ofreció una silla que había quedado desocupada porque se encontrada junto a la mesa de su despacho.     
    
             Serían como las doce y media. El alcalde cogió los informes de los tres matrimonios con mucha parsimonia y los fue leyendo en voz alta. Se trataba de leer las dotes de cada pareja y citar la persona que se había quedado con el importe para poder firmar los papeles oficialmente. Cuando llegó el turno de nuestra pareja, leyó en qué consistía la dote y pude comprobar, con cierta satisfacción, que poco más o menos era del mismo volumen que el de los dos otros y al citarme a mi como padre de la novia y como el depositario de la dote entregada por el marido hubo un aplauso cerrado de toda la concurrencia. No se cual podría ser el significado de tal aplauso. Es cierto que era la primera vez que un cura apareciera oficialmente como padre de la novia. 

             Luego vinieron los consejos del alcalde hablando de la excelencia del matrimonio, de la importancia de la monogamia, (él tiene una mujer oficialmente, pero no se cuentan las de “reserva”), de cómo tiene que comportarse la mujer con el marido, que sigue siendo el jefe de la familia, etc. Y acto seguido se celebró el rito del matrimonio civil.  La ceremonia fue bonita, habría resultado mejor, si se hubiera empezado a tiempo. Pero andábamos un poco apurados porque era ya la una, teníamos que tomarnos la cerveza y la ceremonia de la tarde comenzaba a las cuatro y media. 

             Como es normal, no eran los novios los que metían prisa, ya que no contaba el tiempo para ellos. Besos por aquí, fotografías por allá, acoplamiento de todos los invitados que habían llegado a ser los testigos del matrimonio en los coches que se habían presentado, y por fin pudimos arrancar la caravana. 

             Tampoco el Círculo estaba lejos, pero había que ir todo el tiempo tocando la bocina y con los intermitentes encendidos. La verdad es que entre mi traje de fiesta, los ruidos y las luces, me encontraba un poco “corrido”, pero un día es un día y había que procurar que la chavala tuviera un recuerdo imborrable del día de su compromiso. 

             Los encargados de acomodar a la gente habían preparado el encuentro con esmero. Pronto nos dispusieron en las mesas correspondientes y nos sirvieron unas cervezas frescas que en aquel momento sabían a gloria. Yo pensaba que todo terminaba en eso, pero nos dijeron que no tuviéramos prisa y tras la cerveza, hubo una especie de self-service en el que cada cual se podía servir un poco de arroz, pescado, verduras y un trozo de pollo. Y en ese ambiente de música y fiesta en el que nadie tenía interés de mirar al reloj, nos fuimos acercando de las tres y pico de la tarde y les hice saber a los novios, que estaban en su salsa en medio de sus amigos y parientes, pero que se iba acercando la hora y que yo prefería retirarme para no hacer el ridículo en la iglesia haciendo esperar a todo el mundo. La novia vino también conmigo y mientras ella se cambiaba de vestido y daba sus últimos toques al peinado, yo pude descansar un poco antes de acometer la ceremonia religiosa. Yo quería hacer solo de padre y no de padre y de cura, que me obligara a llevar a la novia al altar y entrar corriendo a la sacristía para cambiarme de ropa y comenzar la ceremonia y le pedí a un compañero de la parroquia para que presidiera la ceremonia religiosa. 

             La entrada en la iglesia fue solemne. Yo creo que miraban más al cura con traje y corbata que a la novia, o al menos, tanto al uno como al otro. Ella iba de blanco. Aunque no tiene una cara muy finita, iba preciosa, con velo, un ramillete blanco y para más INRI, una especie de pequeño paraguas blanco que seguramente lo habrían visto llevar en alguna boda a la que asistieron por amistad con los novios y ahora les parecía que también ellos lo tenían que llevar. 


 
            La boda transcurrió sin novedad. Comenzó a las cuatro y media y terminó a las siete en punto de la tarde. Aquí, lo normal. A la salida de la iglesia, los clásicos saludos, abrazos, fotos, serpentinas, papelitos blancos, spray con unos polvos blancos… ,  y  los novios dijeron  que se iban con  los padrinos  a  tomar un  refresco mientras los invitados esperarían su regreso para comenzar la cena.
             Normalmente no suelo asistir a las bodas porque, en general, no se sabe cuando comienzan y mucho menos cuándo terminan. En ese tiempo de espera a que llegaran los novios después de refrescar el gaznate, comentaban los invitados que ahora los caprichos de los recién casados son imprevisibles. Algunos hablaban que en alguna boda a la que habían asistido, la cena comenzó a las once de la noche. Solamente de oírles me iba mosqueando por dentro. Al día siguiente me tocaba celebrar las dos misas de la parroquia y por el efecto de los preparativos, la novedad, la tensión del momento, etc., yo me encontraba cansado. Sabía que como padre de la novia tenía que hacer un esfuerzo en ser atento con los invitados y no darles un desplante, pero tenía unas ganas enormes de llegar a casa, tomarme algo fresco y meterme en la cama. 

             Fueron bastante moderados puesto que regresaron a las nueve de la noche y pudimos entrar en la sala que habían preparado. Era el salón de actos del Centro de Minusválidos. La música sonaba a tope, nos entendíamos a gritos y una vez instalados comenzaron los prolegómenos del convite. Un animador intentaba a gritos atraer la atención de la gente haciendo presentaciones de los novios, animando a cantar a los asistentes, mientras un grupo de chavalitas interpretaba unas danzas para la ocasión. Entre el sueño que tenía, el ruido de la música y el griterío del animador, mis ganas de desaparecer del local iban en aumento, pero había una fuerza interior que me retenía. 

             Después tuvo lugar la entrega de regalos. Todos venían preparados y traían unos paquetes muy bien embalados con papeles de colores. Cada cual los entregaba tanto al novio como a la novia y cada entrega se hacía a cambio de un beso con el que los concernidos regalaban a los obsequiantes. Y todo eso se hacía a ritmo de música. Cada cual se acercaba a la pareja nupcial moviendo el esqueleto lo mejor posible para ser vitoreado por los asistentes. 

             Y por fin, serían como las once de la noche cuando tuvo lugar la cena. Habían preparado una gran mesa con todas las vituallas y cada cual se dejaba servir por unas camareras dispuestas a satisfacer los gustos de cada uno. La comida era de lo más sencilla pero en abundancia: arroz, alubias, macarrones, verduras, pescado (chicharrillos), pollo, patatas… y todo ello rociado con cerveza en abundancia. Había un buen ambiente. El murmullo de los asistentes subía poco a poco de tono a medida que caían vaciadas las botellas de cerveza. 

             La verdad es que yo, ya no podía más, y lo más disimuladamente posible desaparecí de la escena antes de que viniera la tarta nupcial. Una tarta de varios pisos que la había visto en la cocina pero no podía esperar por más tiempo porque se me cerraban las persianas y pensaba en lo que podría decir al día siguiente en las misas que me tocaban.  La fiesta siguió hasta las seis de la mañana, hora en la que yo bajaba hacia la iglesia para prepararme para celebrar la eucaristía. 

             En estas ocasiones siempre hay gente dispuesta a hacer algunos comentarios maliciosos y se me acercaron para preguntarme, que como “padre” de la chavala, tenía que estar enterado de cómo los novios habían pasado su primera noche. 

             Aunque a uno le rondan muchas ideas por la cabeza, nunca se me hubiera ocurrido hacer demasiadas preguntas al respecto. Yo les veía a ellos tan acaramelados, agarrados de la mano en todo momento, echándose unas miradas en las que se derretían, que me parecían signos que ponían de manifiesto lo que hubiera podido ocurrir en la intimidad de esa noche. 

             Para algunas tribus, el “acontecimiento” de esa primera noche suele ser de gran trascendencia, hasta el punto que me contaba un feligrés que las abuelas quisieron ser testigos presenciales de lo que ocurriera en ese instante y el recién casado les invitó a que abandonaran la estancia y les dejaran tranquilos. Todas estas costumbres que se celebraban con mucha rigidez hace unos años, van perdiendo virulencia y ahora hay más lasitud en lo que se refiere a lo sexual. 

             Para terminar con las costumbres de la boda faltaba una parte. La novia tenía que mostrar sus conocimientos culinarios para saber si con lo que sabía podría satisfacer las necesidades de su marido. Normalmente habíamos pedido que esa prueba se realizara al día siguiente ya que estaban aquí los parientes del novio y de la novia, pero dijeron que no era correcto el que todos los encuentros hubieran tenido lugar en Panda y que por tanto también nosotros tendríamos que desplazarnos un día a Lubumbashi. Quedamos en que lo haríamos el sábado siguiente a la boda. 

             El día 11 nos pusimos en camino hacia Lubumbashi con el coche lleno de gente y el arreo de la chavala, que no se abrió el día de la boda porque tenían muchos paquetes en los que centrar su atención. Tampoco ese día fue de descanso o de ahorro para nosotros porque no está bien presentarse en casa de la recién casada, a la que se supone que todavía tiene la despensa vacía y llevamos una caja de cervezas otra de limonadas, arroz, verduras y pescado. 

             El encuentro fue un poco decepcionante. La tradición ha quedado vacía de contenido. Antiguamente era una prueba seria en la que las tías del marido juzgaban la manera de cocinar de la nueva esposa, se veía si sus artes culinarias estaban lo suficientemente bien preparadas para satisfacer los caprichos del marido, y ahí entraba en juego el honor de la madre de la novia porque era la había preparado a su hija para la etapa más importante de su vida. 

             Pero por lo que pude ver en casa de los recién casados, lo que se pretende es juntarse una vez más y hacer una fiesta. Las que más trabajaron para preparar la comida fueron otra vez las monjas y alguna tía del marido. La recién casada pasaba más tiempo atendiendo a los que llegaban que trajinando en la cocina.  Como estuvo esperando a lo que lleváramos nosotros para empezar a preparar la comida, ésta no estuvo lista hasta las cuatro de la tarde y con harto pesar por parte de las monjas, las tuve que sacar de la fiesta porque teníamos que recorrer 125 Km. aguantando un intenso tráfico nocturno de camiones, que cargados de minerales, se dirigen hacia la frontera para pasar su “estraperlo” hacia Zimbabwe o África del Sur. 

             Antes de salir de casa, las monjas estaban preocupadas porque no habían abierto el arreo preparado para la novia. Ella lo tenía que ver y las monjas lo apuntaban todo porque si un día el matrimonio se disloca, y en ese caso, todas esas cosas volverán a la casa del “padre”. 

             Llegamos a casa agotados, pero con la conciencia del deber cumplido. Se ha terminado la boda, se han cumplido todos los requisitos, pero ahora falta lo más importante y ahí nosotros no podemos hacer nada. Ella tiene que dar a luz, tener descendencia, y entonces sí que podremos decir que están casados y bien casados. Que Dios les bendiga. 

             Y fueron pasando las horas, se completaron los días, se llenaron los meses y no se recibía ningún rumor sobre lo que todos esperábamos silenciosamente. ¿Habría “problemas”? ¿Algo no funcionaba correctamente?. Entre nosotros, la pregunta de la gente conocida siempre era la misma. “Y ¿qué?. ¿No hay noticias de Lubumbashi?” Y la respuesta siempre era la misma. “Pues todavía no”. Nadie se atrevía a hacer la pregunta directamente a los interesados.
             Un día tuve que ir a Lubumbashi por asuntos de la parroquia, y como es natural pasé a visitarles. Me llevé una agradabilísima sorpresa. Me encontré con que estaba barriendo los alrededores de la casa pero su fisonomía había cambiado. La encontré con unas redondeces exageradas. Se quedó cortada cuando me vio y vino corriendo a abrazarme. Le pregunté por la razón de su silencio y me respondió que le daba vergüenza anunciármelo. Ya me quedé tranquilo y a mi vuelta lo pude anunciar a todos los que se interesaban por su estado. 

             Dio a luz a un hermoso niño al que le pusieron el nombre de su suegro. Y ya no hay nada más que contar. Todo transcurre sin novedad y esperemos que así continúen durante mucho tiempo, sin peleas que pongan en peligro su compromiso y sin escapadas a la casa del “padre” porque el marido le hace la vida bastante dura. 


 
            Y ahora volvemos a la realidad de cada día. Han pasado las elecciones, todo ha salido como lo tenían planeado el Presidente y los de su partido. Sigue de nuevo en el poder, aunque para ello haya tenido que hacer todas las trampas posibles, según los comentarios de todos los organismos que las han presenciado. Y todos aquellos que han mostrado que no estaban de acuerdo con los resultados, han recibido su aviso. A los extranjeros se les recuerda que no deben meterse en asuntos que no les concierne porque no vienen al país a hacer política, y a los del país se les recuerda que esta actitud crítica no es la mejor si es que quieren llegar a viejos. 

             Y como es un país muy rico, nadie denuncia lo que está ocurriendo y deja que la gente se pudra, se maten entre ellos, roben la riqueza que debería ayudar a toda la nación, la corrupción campea por sus anchas, la situación se degrada cada día, nos escandalizamos – con razón – de los dos mil o tres mil muertos en las revoluciones de los países árabes pero pasamos un velo sobre más de los cinco millones de congoleños que han muerto y que siguen muriendo cada día, en los millones de gente que se esconde en la selva donde los niños no tienen escuela y los mayores no pueden cultivar, y el gobierno no interviene con energía porque los que están en el poder se aprovechan de las riquezas de esas zonas de conflicto. Dos ejemplos que han aparecido en Internet: 
             El tribunal de La Haya ha dictado por segunda vez una orden de búsqueda y captura contra Bosco Ntanganda por las atrocidades que está cometiendo al Este del Congo con sus milicias: secuestros de niños para la guerra, violaciones, asesinatos, incendios de poblados… Se supone que normalmente anda entre la frontera del Congo y Rwanda y nos enteramos por Internet que se encuentra protegido en una de las residencias del presidente Kabila. Y todo el mundo se calla porque de lo contrario se quedarían sin coltán, wolframio, casiterita y otros minerales considerados como de suma importancia. 

             La gente del gobierno se aprovecha de su impunidad para “comprar” a precios irrisorios grandes extensiones de terreno en las zonas mineras para vendérselo luego a sociedades que quieren instalarse en el país. Se hacen multimillonarios en dos días y guardan sus dólares en los Bancos europeos. Si algún periodista tuviera el atrevimiento de divulgar lo que sabe, su vida correría peligro, pero anunciamos a grandes gritos que estamos en un estado de derecho en el que los ciudadanos gozan de un nivel envidiable de democracia. 

             Os deseo a todos un buen verano para que disfrutéis del tiempo y volváis a casa rejuvenecidos. 

             Un abrazo.
                                       Xabier