sábado, 8 de noviembre de 2014

Queridos amigos:


Hay una proliferación de motos que ha multiplicado el riesgo de accidentes de circulación. Es el nuevo taxi que la gente utiliza para desplazarse porque el autobús no se desvía de su ruta, pero con la moto se deposita al cliente en el mismo lugar al que desea llegar. Normalmente  montan tres personas sobre la misma moto, y a veces cuatro. Son muy pocos los que tienen los documentos en regla y la mayor parte de ellos carecen de seguros. La policía de tráfico no les dice nada porque en su mayoría pertenecen al alcalde o al general del ejército y quien se meta con esos motoristas indocumentados se arriesga a perder su oficio.

Entre toda esta sobreabundancia de motoristas, tenía uno que era tocayo mío porque  había recibido mi nombre el día de su bautizo y era el más respetado de su familia. ¿Cómo llegué a tener un tocayo? La historia es un poco larga pero trataré de resumirla.

           Hace unos cuantos años, frecuentaba bastante una familia que se distinguía por sus constantes enfrentamientos y yo era el que hacía de bombero para apagar las furias de ambos. Resulta que el marido, un joven trabajador de buena apariencia, se confundía a veces de portal a la hora de regresar a casa por la noche y se metía en el de la vecina, con gran disgusto de su propia mujer. Ésta, cuando pasaba la hora normal en la que tendría que haber regresado su marido, se suponía que algún “obstáculo” le habría surgido en el camino y se preparaba para recibirle.

           Aguantaba impasible el paso de las horas nocturnas y allá a las tres o a las cuatro de la madrugada, cuando llegaba el marido, se iniciaba el espectáculo para regocijo del vecindario. La pelea no se efectuaba en el interior de la casa sino que salían al exterior para tener más espacio para los movimientos y los vecinos, que se despertaban al oír los gritos y los insultos que  se prodigaban mutuamente, abrían un poco la puerta o la ventana, lo suficiente para contemplar el espectáculo, pero sin aparecer, para que nadie les llamara a declarar en el juicio por si alguna vez terminara el lío ante un tribunal.

            Cuando al día siguiente iba para celebrar la misa a las seis de la mañana, siempre había alguno de los vecinos que me ponía al corriente del espectáculo nocturno y me prevenía porque estaba seguro que iban a necesitar de mi presencia.

Efectivamente, la mujer aparecía furibunda, generalmente,  con un ojo más oscuro que el otro, para contarme su versión de los hechos y reclamar mi presencia para que amonestara a su marido por su comportamiento y tratara de hacerle volver al buen camino.

Tuve que intervenir en bastantes ocasiones y durante ese tiempo ella quedó embarazada y ya antes del nacimiento del niño se pusieron de acuerdo en llamarle como yo: François. (Yo me llamo Francisco Javier pero la gente me llama François).

Le pusieron el nombre como habían decidido y algunos amigos de la familia, conocedores del por qué de ese nombre, le llamaban indistintamente François o “el cura”. Para su madre, ese crío era el mejor de toda la cuadrilla: el más formal, el más listo, el más obediente… Era incapaz de ver que conseguía unas
notas muy malas en la escuela, que era un golfo, porque había dejado encinta a una chavala, que no desperdiciaba una ocasión para apoderarse de lo que no era suyo y por mucho que intentara que viera la realidad de los hechos, ella no era capaz de escucharme y mantenía sus razonamientos.

Se hizo grande, le habían despachado de la escuela, y un amigo de la familia le dejó su moto para que trabajara con ella e hicieran a medias los beneficios. Empezó a circular como todos sus compañeros, llevando la moto a toda velocidad, haciendo maniobras en la mitad de la calle, y a pesar de las advertencias que le había dado, continuaba de la misma manera.


Un día, vio que en casa no tenían qué comer y todos sus hermanos menores estaban tristes.  Robó un tubo de hierro de unos tres metros, cogió la moto y quiso llevarla a vender a un chino que compraba toda la chatarra que llevaran a su casa. Conducía a toda velocidad, con una mano, porque con la otra sostenía el tubo sobre su hombro. Se encontró de frente con otro motorista que conducía también a toda velocidad, ninguno de los dos pudo maniobrar para  evitarse y el choque fue frontal. El otro iba con casco y eso le libró de las consecuencias del encontronazo, pero François no lo llevaba aquel día y parte de la masa encefálica quedó sobre el asfalto de la carretera.

Enseguida corrió la noticia por el pueblo. Les llevaron a los dos al hospital. A uno le ingresaron directamente en la morgue y al otro lo metieron en una sala para curarle las heridas y en cuanto recobró el conocimiento se escapó para que no tuviera que confesar los hechos ante el tribunal, no fuera que le declararan culpable del accidente.

Para su madre, François murió en “acto de servicio” porque fue a buscar un poco de dinero para dar de comer a sus hermanos.

La muerte siempre se considera como fruto de la mala acción de algún cercano a la familia. Al principio no me decían nada, pero poco a poco me enteré que según sus razonamientos, el que le prestó la moto a François, lo hizo con la intención de  hacerle desaparecer. Dejaron de hablarse y no llevaron el asunto a los tribunales porque les aconsejaron que no lo hicieran porque lo tendrían difícil para demostrarlo.

Yo tuve que asistir al duelo de la familia y era desagradable escuchar a cada uno que se presentaba llorando a gritos: “François ha muerto”, “No tenemos al cura entre nosotros” “Nos hemos quedado sin cura” y yo me encontraba entre ellos sin poder decir una palabra y atestiguar que el cura estaba aún vivo.

El párroco de un pueblo cercano, me pidió un día que le reemplazara en su parroquia porque tenía que ausentarse. Lo hice encantado porque es una parroquia a la que había asistido anteriormente. Al final de la misa, una feligresa me invitó a que viera la casa que estaba construyendo. Me contó que no se llevaba bien con su marido y quería asegurar el futuro, ahora que se encontraba con fuerzas, para tener un lugar seguro en el que refugiarse si las cosas salieran mal.

La idea me pareció correcta y estuvimos visitando el edificio, que todavía estaba solo a la altura de sus paredes pero que pensaba continuar próximamente en cuanto tuvieras algunos ahorros para terminar la edificación antes del comienzo de las lluvias. La felicité por lo que ya había conseguido y nos despedimos.

Pasaron varios meses sin que tuviera noticias de ella y un día apareció por nuestra parroquia diciéndome que tenía necesidad de hablar conmigo.

Me empezó a contar la mala suerte que había tenido con la obra, porque la robaron toda la madera que tenía destinada a este fin y a veces se le aparecían monstruos que pretendían indicarla que se trataba de la presencia de Satanás que quería entorpecer el avance de los trabajos. Unas veces un hombre se le aparecía en la ventana y al poco tiempo se transformaba en una gran serpiente que desaparecía en la espesura que bordea la casa. Otra vez, tuvo que llamar al vecindario porque se había declarado un incendio en la nueva construcción, y así fue mostrándome el cúmulo de calamidades que le sucedían después de una temporada y que ya no sabía ni qué hacer.

Yo ya estoy cansado de oír historias semejantes. Pienso que mi cara era bastante neutra y no reflejaba estupor ni asombro por las aventuras que me contaba. Ella no hacía sino cargar las tintas y cuando ya no supo qué más aventuras contarme, le dio por ponerme al corriente de sus pesadillas. Unas veces, unos perros enormes la atacaban cuando iba a trabajar. (Ella es enfermera). Otras veces se encontraba con una cuadrilla de forajidos que la daban una soberana paliza. Alguna vez incluso se le apareció un pariente difunto para que parara la construcción y evitara males mayores.

Llevaba hablando más de una hora. Yo me limitaba a escuchar, pero estaba cansado de tantas cosas raras que le ocurrían y al final, aunque eso no es de buena educación, le corté la conversación para preguntarle: “Y con todo lo que me cuentas, ¿qué quieres que yo haga por ti?” – “Pues la verdad es que necesito 5.000 $ para terminar la casa y quería pedirte que me avanzaras ese dinero que te lo pagaría más adelante”. Sabía que me estaba contando toda esa serie de relatos para preparar el terreno y lanzarme un torpedo que podría alcanzar la línea de flotación, pero estaba preparado y pude esquivar la andanada sin que me afectara. Se dio cuenta que había errado el tiro y nos despedimos hasta la siguiente ocasión.

Uno de los moradores del nuevo pueblo que estamos levantando poco a poco en la selva, volvía a pedaleando en solitario a Kabulumbu – nombre del nuevo poblado. Se les ha aconsejado en repetidas ocasiones que nunca se desplacen en solitario porque a los largo de esos 55 Km. pueden tener una avería en la bicicleta, sentirse enfermos, etc., y que la mejor forma de desplazarse es siempre en compañía, para poder ayudarse en caso de necesidad. Al principio lo hacían de esa manera, pero ya han cogido confianza y cada cual actúa como mejor le venga en gana.

Cuando iba a medio camino, sintió una sensación rara en su cuerpo. Como si una fuerza extraña le empujara hacia atrás y se le hacía difícil pedalear. Sin embargo, lo fue intentando, a pesar de que cada vez se le hacía más duro, pero tenía la esperanza de poder llegar a su casa. Solamente la separaban de ella unos 6 Km., cuando en una de éstas, se cayó de la bicicleta derrengado, medio inconsciente, incapaz de seguir adelante. Ya se había hecho de noche. Antes de perder totalmente el conocimiento tuvo la fuerza suficiente para hacer  rodar su cuerpo para dejarlo en la orilla de la carretera. La bicicleta quedó en medio. Ya no se acuerda de más.

A eso de las doce de la noche pasaron unos chicos que estaban de caza. Afortunadamente, pudieron reconocerle porque eran de un poblado vecino y entre todos, le ayudaron a llegar a casa. Eso era un viernes. El domingo llegué para celebrar la misa y vino para contarme la odisea y pedir mi bendición porque se sentía en manos del demonio. Accedí a sus súplicas pero no sin antes darle una catequesis sobre el comportamiento que estaban teniendo, ya que no observaban los consejos que se les había prodigado concerniente a la forma de desplazarse.

¿Qué es lo que había ocurrido?. No lo sé con certeza, pero como es un gran amigo de Baco, no me extrañaría que para despedirse de Panda y antes de volver al poblado de la selva, donde no hay bares y la cerveza tampoco se encuentra con facilidad, hubiera levantado el porrón más de la cuenta y eso hacía que sus piernas estuvieran cada vez más pesadas, imposibilitándole pedalear con normalidad.

Os había comentado anteriormente que lo peor para vivir en estas latitudes es el vacío de poder que constatamos cada día. La gente ha perdido el rumbo, la juventud se encuentra desesperada porque no ven futuro para ellos, las autoridades saben que dentro de poco habrá elecciones y tienen que aprovechar el tiempo que les queda para asegurarse el porvenir, los padres son los responsables de la familia pero llevan meses que no cobran allá donde trabajan y tienen que buscar sus propios medios para hacer frente a las necesidades de la casa… y en estas situaciones, todo parece permitido, aún las cosas más horrorosas y de vez en cuando nos llegan noticias increíbles.

Kolwezi es una población minera que se encuentra a unos 180 Km de nuestra parroquia. Al igual que Likasi y todas las ciudades, ha sido invadida por una multitud de mineros artesanales que van cavando por toda la selva e incluso por las ciudades en busca de residuos o minerales de cobre y cobalto para venderlos a los chinos, que son los más aficionados a la compra de minerales y chatarra.

Llamamos mineros artesanales a gente que “armados” con un pico, una pala y un saco, forman pequeños grupos de cuatro o cinco personas y “atacan” diversas zonas sin preocuparse si es propiedad privada,  si es un bien público, si ese terreno pertenece a una empresa, etc., ante el silencio de las autoridades que les dejan actuar libremente, a cuenta siempre de saber repartirse los beneficios.

Hace unos años, cuando estaba construyendo un puentecillo sobre el río Panda para que la gente pudiera alcanzar con facilidad la otra orilla, donde tenían sus campos, los jóvenes habían comenzado a cavar junto a la carretera. Les pedí, por favor, que me permitieran terminar el trabajo que había comenzado y me juraron con toda seriedad que jamás se les ocurriría destruir una carretera. Sabía que su palabra no tenía demasiado valor y procuré terminar los trabajos lo antes posible. Les avisé a las autoridades de lo que estaba pasando pero no hicieron caso y en cuanto terminé de clavar el último clavo del puente, ya comenzaron a mordisquear la carretera y poco tiempo después ésta se hacía impracticable. 

Todo el mundo tiene prisa en hacerse rico, en ganar mucho dinero, y para ello, todos los medios son buenos: robar, engañar, matar, sin que las autoridades tomen cartas en el asunto e impongan un poco de orden.

Ocurrió el mes pasado en Kolwezi. Un grupo de mineros recurrió a los conocimientos mágicos de un hechicero y en su afán de encontrar un buen filón que les proporcionara mucho dinero en poco tiempo, se pusieron a su disposición para llevar a cabo lo que les dijera. El hechicero les dijo que lo que le pedían iba a conllevar un sacrificio ritual y que tendrían que ofrecerle una criatura a los espíritus. Ellos, se pusieron de acuerdo y nombraron a uno para que les agenciara la víctima.

Éste, tenía como vecinos una joven familia con niños pequeños. Los críos estaban acostumbrados a su presencia porque a menudo llegaba a casa con chucherías para repartirles y cuando en un momento llamó a uno de ellos, se acercó a él con toda normalidad, pensando que le traía algún bollo o caramelo, como lo hacía en otras ocasiones.

 Sin embargo, esta vez se marchó con él a la selva, donde estaban reunidos los de su banda con el hechicero y allí el hechicero le mató, le descuartizó y con el sexo, les fabricó unos amuletos para protegerse de los malos espíritus y asegurar el éxito en el trabajo que estaban realizando. Era un crío de dos años y medio. Les cogieron a toda la banda pero el hechicero pudo escaparse. Cuando la policía fue a verificar el lugar de los hechos, se encontró con varios pares de zapatos, lo cual les hacía suponer que habían ocurrido más asesinatos rituales para ganar dinero fácil. Este episodio apareció en la televisión. Ya han celebrado el juicio pero no he tenido eco de la sentencia. Es espantoso, pero el estado no hace nada para evitar que ocurran sucesos semejantes.

Para que veáis que estamos sufriendo un vacío de autoridad, he aquí otro ejemplo. Cada cual se permite obrar a su antojo. En varias ciudades del interior, como Kamina, Kolwezi, los estudiantes que no aprobaron el examen final, que les da opción para ingresar en la universidad, dieron fuego a los institutos en los que habían estudiado, ante la indiferencia de las autoridades. Tienen miedo de los estudiantes, tienen miedo de los mineros artesanales y en lugar de enfrentarse les dejan que obren a su antojo para evitar muertes, que según ellos no conduce a nada.

En nuestra parroquia, siguen abriendo en canal más calles sin que se aprecie una reacción de las autoridades. Es incomprensible. Piden al estado que arregle las calles y luego todos estos mineros se encargan de destrozarlas sin que se vean molestados por nadie.

Y como ya las Navidades están cerca, os deseo a todos unos felices días FELICIDADES. ZORIONAK.



Un abrazo.
                                                                      

                                                                       Xabier

viernes, 7 de noviembre de 2014



Queridos amigos:

Todo el mundo está interesado en saber  cómo he encontrado el ambiente del país a mi vuelta. Pues tengo que deciros que estamos en paz, aunque no ganamos para sustos. Aquí hay un partido político, katangués, apoyado por el que fue gobernador de la provincia y que ocasionó no pocas pérdidas humanas y destrozos cuantiosos hace unos años. Se permiten imponer su ley y han creado una especie de ejército paralelo, con cárceles propias, etc., impartiendo castigos y multas a su antojo.
Resulta, que hace unos días, los militares  de un campo de entrenamiento que se encuentra en los parajes, fueron a buscar comida por su cuenta, ya que el gobierno no les da de comer y uno de ellos tuvo la desgracia de entrar a robar en una casa en la que se encontraban algunos militantes de este partido. Le agarraron al soldado, le dieron una buena manta de palos y murió a los pocos días. Se enteraron sus compañeros y llegaron todos los del campo militar para dar un escarmiento a los civiles. Saquearon algunas tiendas del barrio, dispararon sus armas y parece que hubo que lamentar algunos muertos. Los enfrentamientos duraron varios días y las autoridades han decretado toque de queda desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana. La gente evita pasear desde el atardecer porque se puede encontrar con una patrulla de estos militares, y si tiene suerte, le van a respetar su integridad física pero a costa de vaciarle de cuanto lleva en los bolsillos.
Parece que hay como unos 300 militares de éstos que ha terminado ya su formación y debían de ser conducidos al frente, pero se han escapado con sus armas y crean una situación de inseguridad en nuestra zona. Ya no entran a robar en los campos  sino que   esperan escondidos al borde de  la carretera y cuando se acerca alguien cargado con un saco de maíz que regresa de los campos, le paran y le roban lo que lleva. Eso, si también tiene suerte, porque se expone a que le hagan transportar el saco hasta el lugar en el que tienen el campamento. Nunca se sabe dónde están, unas veces no aparecen o aparecen en lugares diferentes, pero la gente tiene miedo de encontrarse con ellos y hay quien ha decido no arriesgarse más en esa carretera y prefieren dejar que el maíz se estropee en el campo, incluso que le roben todo, con tal de evitar un encuentro con estos militares que trabajan con toda impunidad.

He tenido suerte sin querer, ya que tenía que haber ido por esa carretera para visitar algunos poblados, entre ellos, el que poco a poco estamos levantando con un grupo de personas que decidieron volver al campo porque no encontraban trabajo en la ciudad. Hasta ahora no se había dado el caso de que asaltaran a ningún vehículo pero eso podría ocurrir en cualquier momento. Afortunadamente, me aconsejaron que no se me ocurriera ponerme en camino, no tanto por la presencia militar, sino porque iba a quedar embarrado en cualquier momento. Ha llovido más cantidad que otras veces y hay zonas en las que no se puede pasar ni con un vehículo todo terreno. Los grandes camiones que circulan para el transporte de los minerales que se encuentran en esta zona, han abierto unas zanjas profundas que impiden que los vehículos más pequeños puedan recorrer los poblados y transportar el maíz, las alubias, o la mandioca con la que tenían costumbre de comerciar con la ciudad.

Durante la Semana Santa se ha notado un fuerte bajón en la presencia de los fieles a las ceremonias litúrgicas, especialmente el Sábado Santo. La gente temía a estos militares que desde el anochecer permanecen escondidos, aprovechando la sombra de un árbol o la espesura de un seto, y en cuanto ven a un solitario por la calle, le salen al camino enseñándole sus bayonetas y le dejan limpio. Se ha denunciado el caso a las autoridades militares pero no hacen caso. Dicen que se trata de unos desertores y que no pueden controlar a todos los que están en el campo militar. Ya han terminado la formación y el gobierno no les manda más comida, con lo cual son ellos mismos los que lo buscan a su manera para no morir de hambre. Están formados para el combate, pero nadie se encarga de ellos y vagabundean por las calles y los poblados vecinos sembrando el terror en cuanto aparecen por una esquina.

Hace un par de semanas ha ocurrido un grave accidente de tren. Se trata de un tren mercancías que en una cuesta abajo no pudo frenar, se salió de la vía y dio varios tumbos  arrastrando a  unos  cuantos  vagones. No se conoce  con  precisión el número de muertos, pero hablan de que por lo menos hay unos cuarenta y tantos. La gente se pregunta cómo siendo un tren mercancías puede llevar a tanta gente, además ahora han descubierto que la máquina, que había sido “estrenada” hacía poco tiempo, no era nueva, sino recién pintada pero que arrastraba más de treinta años de servicio en África del Sur y su primer viaje o inauguración aquí, fue celebrado hace poco tiempo con gran fausto y solemnidad. La empresa había comprado una máquina vieja haciendo creer a todo el mundo que se trataba de una  nueva, era una inversión de la empresa para modernizar el material, que sería completado más adelante con la adquisición de otras máquinas,  pero algún listo se había embolsado la diferencia entre las de primera mano y las usadas.

Estos juegos malabares se dan con mucha frecuencia. Hace poco, el jefe de la gran empresa Gecamines, recibió un soplo diciendo que inspeccionara las compras que
habían efectuado los diferentes jefes de la empresa para los departamentos que dirigen, porque habían puesto como nuevas las máquinas de ocasión que habían comprado en Europa y África del Sur, pero que luego  pasaban la factura a la empresa como si fueran recién salidos de fábrica.

Se mosqueó el jefe porque hace tiempo que la empresa no produce y preparó una treta para cazar a los responsables de los departamentos que estaban haciendo el agosto a cuenta de las escasas ganancias de la empresa. Les convocó a todos a una reunión en Lubumbashi y a esa misma hora, él se fue a recorrer todos los puestos en los que trabajan éstos para comprobar la calidad del material que habían comprado.

     La empresa minera Gecamines lleva tres meses que no paga a sus trabajadores pero les ha amenazado diciéndoles  de que si intentan hacer una huelga van a pasar en la cárcel el resto de sus vidas. Nadie se mueve. Tienen hambre, no pueden comprar las medicinas que les prescriben, los hijos no pueden continuar sus estudios porque no pagan a los maestros, pero todos permanecen en silencio.

Hace un par de números os hablaba de lo difícil que es anunciar el Evangelio de forma que sea creíble para los que lo escuchan. Os contaba el caso de una religiosa que tiene una hermana desposada con el demonio, eso es lo que creen en su familia, y todo el mundo está convencido de que es verdad, pero están más convencidos del poder de los brujos, curanderos, etc., que de las oraciones que les puede ofrecer la Iglesia.      Últimamente, parecía que estaba decidida a proclamar el divorcio con su “marido”. Ante las súplicas de los hermanos, habían convencido a un rezador que forma parte de un grupo de oración católico para que la visitara, le impusiera las manos y la liberara de las fuerzas del mal que la tenían atenazada.

     Para eso, ya la habían adoctrinado a la hermana del daño que estaba causando, de la desconfianza que había creado en casa, del sufrimiento de la madre y de todos los hermanos, y esta vez parecía que se dejaba convencer por la machacona insistencia con la que la estaban repitiendo los mismos argumentos que en ocasiones anteriores, pero que en este momento parecía estar más receptiva a los consejos que la prodigaban. Para curarse, ella tenía que renunciar a sus poderes, devolver el anillo de desposada, comer el mismo alimento que los demás miembros de la familia y renunciar a renovar su alianza con el demonio.

La gente estaba a la expectativa de lo que pudiera ocurrir. Por una parte sentían la alegría de recuperar a su hermana, pero las dudas no les dejaban en paz. ¿Sería capaz de renunciar a todo?. El rezador seguía con sus oraciones. Le había impuesto una serie de tabús o prohibiciones que le sirvieran para purificarse de todo el mal cometido: no comer carne, estrechar la mano de todos los que le quisieran saludar, tomar una purga durante tres días para que todos los espíritus del mal que se escondían en su vientre fueran arrojados al exterior, levantarse a media noche para rezar y algunas cosas más que ya no recuerdo.
   
   En los momentos de optimismo hacía planes de futuro para normalizar las relaciones familiares. Invitaba a toda la familia a juntarse un día en la iglesia para ofrecer una misa por el eterno descanso de su padre que había muerto el año pasado. Anteriormente, se había jactado de ser la causante del fallecimiento de su padre. De esta manera se hacía temer y respectar porque lo que había ocurrido una vez podría ocurrir cuantas veces quisiera.

      Pero la fuerza del mal está tan fuertemente enraizada en ella que un día despachó al rezador y todos temieron lo peor: Había vuelto otra vez a estar con el demonio. Ya nadie va a visitar a los habitantes de esa casa. La madre permanece sola con ella, los demás hijos la amenazan con matarla un día si sigue con sus encantamientos y la monja participa también de esta forma de pensar y se queda en el convento sin marcharse de vacaciones. De vez en cuando le llama por teléfono a su madre para darla ánimos, pero ella no quiere presentarse en casa no sea que la caiga alguna desgracia por los encantamientos de su hermana.

     Y  mientras predico, pienso dónde caerá la semilla, si en buena tierra o al borde del camino, pero soy consciente que mi deber se limita a sembrar, que no tengo motivos para estar desanimado sino que tengo que seguir esparciendo la semilla mientras tenga fuerzas.

A un maestro de la parroquia le han metido en la cárcel acusado por una madre de haber abusado de su hija de ocho años. Es un pobre hombre, que ya ha dejado atrás los cincuenta y ha encontrado la forma de sacar un dinero dando clases en una de las muchas escuelas que han surgido ahora debido al aumento de niños y a la escasez de establecimientos escolares. Negó desde un principio los hechos que se le imputaban, pero la madre, seguía empeñada en decir que el maestro la había violado y para garantizar lo dicho, recurrió a un partido político katangués, el maestro es un Kasai, y todos se empeñaron en culpar al maestro porque no era de la región.

     Tuvo la suerte que el párroco y el responsable de las escuelas católicas la apoyaron desde el primer
momento, de lo contrario le hubiera tocado permanecer varios años en la cárcel y hacerle pagar una fuerte suma de dinero. La madre no se opuso a que la auscultaran los médicos y así anduvo el pobre maestro acompañando a la cría por todos los hospitales y cada médico coincidía en el mismo diagnóstico: La cría no había sido molestada.

     Pero a pesar de tener los informes médicos a su favor, los jueces no se atrevían a declararle inocente porque los del movimiento político habían decidido que el maestro tenía que ser considerado culpable y puesto en la cárcel.  Los jueces tenían miedo a declarar la verdad porque los del partido katangués podían acercase a su casa para destruirla o molestar seriamente a su mujer o a alguno de sus hijos. La autoridad no  cuenta para     nada,  se oculta  la verdad por  aquellos  que  deberían defenderla, cada cual es libre de actuar como le viene en gana. Total, que el maestro se fue a la cárcel.

Me contaba que en la cárcel hay distintas dependencias, según las posibilidades económicas de los presos. Al principio, permaneció una temporada en una habitación en la que estarían encerrados unas 60 personas. No tenían espacio suficiente para acostarse y lo hacían tumbados uno junto al otro, donde tenía el primero los pies, el siguiente recostaba su cabeza. Era imposible darse media vuelta en la mitad de la noche y la puerta permanecía cerrada, de forma que si alguno sentía necesidad de “desahogarse” lo tenía que hacer en un balde depositado en el centro de la habitación, que lo tenían que vaciar a la mañana siguiente.

     Al cabo de unos días se enteró que había otra dependencia mejor a la que podía pretender si era capaz de pagar 150,00 $, que en último término irían a parar al director de la cárcel. Aprovechó una de las visitas que le hacía la familia para mandar el mensaje y para que entre todos, consiguieran recaudar esa suma. Al día siguiente consiguió ascender de categoría. En la nueva celda sólo había 6 internos y gozaba de la posibilidad de comprar en la  cantina lo que necesitara para su vida de cada día.

     Así permaneció durante seis meses y como tanto el párroco como el responsable de las escuelas católicas seguían dando la lata y pidiendo la revisión de la causa. Un día le concedieron la libertad pero le recordaron al salir que de momento le concedían la libertad, pero que su situación no había quedado suficientemente probada y que podría ser llamado de nuevo en cualquier ocasión.
    Yo le animaba al maestro a que escogiera nuevos jueces y se querellara contra los que le habían juzgado condenándolo injustamente, pero me hizo saber que no tenía ganas de meterse en nuevos líos puesto que son casi todos katangueses y nunca se pondrán en contra de sus “hermanos”. La justicia no tiene un color neutro, sino que depende de las razones étnicas de quien lo administra, y nadie se considera injusto por actuar de esa manera.

Otro problema que estamos padeciendo es la falta o ausencia de autoridad. La gran empresa minera que movía toda la economía de Likasi está en bancarrota, apenas trabaja, ha despedido a varios miles de trabajadores, no contrata nuevos empleos, las nuevas empresas mineras funcionan con un mínimo de personal, las escuelas están llenas de alumnos pero cuando terminan sus estudios se encuentran con que no tienen contratos, la juventud está desanimada y se ocupan en cualquier cosa, sin pensar que lo que tal vez sea bueno para ellos puede ser perjudicial para el conjunto de país, incluso para sus mismas familias.

Necesitan hacerse valer, sentir el calor del dinero en sus bolsillos, poder asentarse y fundar una familia, - desgraciadamente eso también pasa entre vosotros - y como todo esto es una realidad imposible de conseguir por el momento, se dan a la droga y al alcohol, enfrentándose a todos aquellos que quieren poner un obstáculo en sus vidas: sus padres, la policía, las autoridades… Muchos de los padres de estos jóvenes son católicos practicantes pero cuando se les muestran las salvajadas que están cometiendo sus hijos, se confiesan incapaces de hacerse obedecer por ellos, ya que se presentan drogados antes sus padres y el sentido del respeto ha desaparecido totalmente de su comportamiento.

       Cualquier cosa metálica es llevada donde los chinos, quienes lo compran todo, ya sea chatarra o residuos de antiguas fundiciones en los que todavía queda algo de cobre o cobalto. Los jóvenes ya han dado vueltas y más vueltas a las tierras de las antiguas escombreras de la empresa minera que están junto al pueblo, y parece que de ellas ya no sale nada de provecho. Sin embargo, se dieron cuenta que en algunas calles, que en su tiempo fueron construidas por la empresa minera, compactaron los residuos de las fundiciones a modo de asfalto y se puede encontrar en  ellos los minerales que buscan.

       Se han lanzado a la búsqueda del  mineral y han abierto unas galerías subterráneas a lo largo de toda la calle, unos 300 m. No hay forma de utilizar el coche por esas calles  porque con su peso se pueden hundir las galerías y quedar el coche enterrado unos cuantos días, hasta encontrar una forma de sacarlo de allí. Han ido los militares para desalojar a los jóvenes, han pasado las autoridades prometiéndoles resolver su situación, han intervenido los padres para que dejen de causar daños a los moradores de la calle, porque llegan a arañar  hasta los cimientos de las casas,. Todo ha sido inútil, siguen empeñados en continuar con su tarea porque están hartos de recibir promesas que no se cumplen. No sacan gran cosa de sus actividades “mineras”, pero es lo único que tienen.

Algunos, se han dado cuenta que esa forma de vida no conduce a nada y han recurrido a mí para que les eche un cable que les ayude a normalizar su vida. Hace unos años, padeciendo una situación parecida, un grupo de padres recurrió también a mí y pudimos comenzar el pueblo de Kabulumbu, pero ahora la situación ha cambiado porque para ello haría falta un pequeño capital para podernos desplazar a la selva, construir unas chozas decentes y comenzar una nueva vida, pero de momento no puedo responder a sus aspiraciones porque no cuento con un solo euro perdido entre los pliegues del bolsillo.

                                 Un abrazo.       

                                                           Xabier







Queridos amigos: 
                        El que está acostumbrado a concebir los ejércitos al estilo europeo, puede extrañarse de que después de tantos años de enfrentamientos entre el ejército nacional y los diferentes grupos armados que combaten al Este del país, no hayan terminado las guerras de una vez para siempre y el gobierno se enfrente únicamente con los problemas clásicos de todos los países: el paro, las mejoras en la sanidad y en la enseñanza, la mejora de las infraestructuras, etc. 

       Desde que alcanzó la independencia en el año 1960 hasta hoy, creo que el país nunca ha gozado de una paz verdadera en todo el territorio. Siempre se tenía que enfrentar a focos de descontentos que hacían la guerra por su cuenta, en lugares montañosos y de difícil acceso, y sobrevivían gracias a las vituallas que les proporcionaban los moradores de los poblados vecinos que preferían ofrecer parte de sus bienes que poner en peligro su integridad física y más aún, la de sus mujeres e hijas. 

      El gobierno ha intentado muchas veces formar un ejército capaz de hacer frente a todos los enemigos que pudieran surgir tanto dentro como fuera del país. Pero muchas veces sus procedimientos no eran muy correctos y a todos nos ha tocado sufrir las consecuencias. El centro de formación lo tenían ubicado cerca de nuestra parroquia. No podían hacer el reclamo en los pueblos vecinos porque si los jóvenes no se encontraban a gusto iban a escapar con facilidad, se esconderían en los poblados del interior y no los volverían a encontrar. Prefirieron llenar el campamento con jóvenes traídos de poblados que se encontraban muy alejados para evitar el peligro de fugas. Su táctica era siempre la misma. Llegaban a un poblado y se paraban a sus afueras para que la población no sintiera miedo de su presencia. A la salida de las clases, los soldados rodeaban a los alumnos, escogían a los que les perecía más idóneos para la formación militar, los cargaban sobre sus camiones y desaparecían. Y así actuaban en dos o tres sitios y cuando ya contaban con un número suficiente para comenzar un nuevo año de formación, los metían a todos en el tren y después de varios días de viaje llegaban a nuestra zona, hambrientos, sin conocer nuestra lengua y obedeciendo como corderitos a los gritos de los militares que los conducían al campamento en el que permanecerían cuatro o cinco meses durante el período de internamiento, siguiendo las enseñanzas de los instructores que pasaban por el centro, ya fueran israelitas, belgas, sudafricanos, o de cualquier otra nacionalidad que habían sido contratados por el gobierno, puesto que no tenía demasiada confianza en los instructores nativos. 

La vida en el campamento era muy sacrificada. La comida bastante escasa, los ejercicios muy duros, el ambiente desagradable. Los jóvenes no pensaban sino en escaparse para poner fin a este calvario continuo que mordía en sus carnes e iban perdiendo kilos a medida en la que transcurrían los días. No se les presentaban muchas alternativas para mejorar su situación. Si protestaban, la reacción no se hacía esperar: el calabozo, los latigazos, o … algo más grave e irreparable.

    Algunos, aprovechaban sus horas libres para “visitar” las huertas de los alrededores y ayudar a sus propietarios en las labores de cosecha, de forma que los verdaderos propietarios se encontraban con que “otros” habían llevado a cabo el trabajo de recoger el maíz o las alubias de sus campos.

      Como era de suponer, esas sorpresas eran muy mal aceptadas por los que habían gastados sus ahorros en la compra de abonos y habían sentido el ardor de los rayos solares sobre sus espaldas mientras trabajaban con la azada, con la esperanza de que aunque ganaran unos salarios reducidos, el campo les proporcionaría el alimento suficiente para que no les faltara la comida en sus casas.

        Los instructores no se encargaban de la disciplina de los reclutas sino de los ejercicios militares. Los de la intendencia se arreglaban con los responsables del campamento para
hacer negocios con los alimentos que recibían de Kinshasa y hacer que éstos aparecieran en los mercadillos donde la gente los compraba, pero el dinero iba a parar a los bolsillos de los coroneles que estaban al cargo de los que vivían en el campamento. Lo cual había creado un gran malestar entre todos los reclutas y ese malestar creó también el mismo estado de ánimo entre nuestra feligresía que veían esfumarse sus planes de futuro al ver sus campos devastados por grupos uniformados ante los que no se podía poner resistencia porque los enfrentamientos eran muchas veces mortales.
    Otros, que aún conservaban algunos principios morales, sentían una verdadera repulsa a vaciar los campos de los agricultores, a enfrentarse con ellos en duras peleas que ocasionaban heridos y muertos y decidieron hacer lo posible por escaparse. La aventura no era fácil. Antes de asentarse en el campamento les habían despojado de todos sus documentos de identidad y no se podía viajar sin poder acreditar su identidad porque podían caer en algunos de los muchos controles que tenían que sortear para llegar a sus lejanos poblados. Todo joven que era apresado sin documentación era enviado de vuelta al campamento y las vejaciones que tenía que sufrir eran tan duras que no les quedaban ganas de repetir la hazaña.

        Dos de estos jóvenes llamaron a nuestra puerta. Nos contaron su odisea. Venían de una región que está a unos 1.500 km de distancia. Estaban estudiando tranquilamente en su pueblo hasta que un día llegó el ejército por aquellos lugares y cogió a los estudiantes a quienes los enroló por la fuerza. Nos pedían protección, ropa, comida, algo de dinero para comprar lo necesario para su aseo, un lugar en el que esconderse, y lo suplicaban con tanta insistencia que nos dio pena cerrar las puertas o comunicar a sus superiores la presencia de estos reclutas. 

      Tenía bastante buena relación con el que en aquel momento realizaba las funciones de alcalde, y le comenté confidencialmente lo que nos estaba pasando. Tampoco él estaba de acuerdo con la forma de actuar de los militares y me prometió su ayuda para regularizar la situación de nuestros huéspedes y encontrar la forma de enviarlos a su poblado de origen. 

Se puso en contacto con los diferentes servicios del estado y al cabo de unos días me comunicó que poseía unos carnets de identidad vírgenes, pero que para rellenarlos necesitaba las fotos de los reclutas sobre los que tenía que estampar el sello de la alcaldía. Mientras tanto, ya les había conseguido ropa y unas bolsas de propaganda que podían servirles como maletas. Se sacaron las fotos y estuvieron listos para camuflarse entre los demás viajeros y emprender el regreso a sus hogares.

      A pesar de que ya estaban listos para marcharse, quedaban otros obstáculos que salvar. En Likasi podían ser reconocidos por sus antiguos compañeros de armas o por el servicio de vigilancia que controlaba todas las carreteras, estaciones, etc., en busca de fugitivos. Así es que en lugar de acercarnos a la estación, los llevé unos 20 Km más adelante para que cogieran el tren en otro punto en el que había menos controles y podrían subir al tren sin dificultad. Les había preparado unos buenos bocadillos, les di un poco de dinero para hacer frente a cualquier eventualidad ya que el viaje duraría unos tres días si la locomotora funcionara sin averiarse y me quedé en la sala de espera, un poco nervioso, impaciente, esperando que llegara el tren y les viera subir a los reclutas a un vagón. Iban contentos, sin poder disimular su alegría pero también con mucho miedo ya que acababan solamente de comenzar una nueva aventura en la que no sabían cómo podrían terminar.

 Marchó el tren con ellos, y también yo respiré a pleno pulmón al librarme de un peso que me hubiera acarreado un gran disgusto si los militares descubrieran que estaba ayudando a escapar a los descontentos de su campamento. Al término de la operación, tuve que volver a la alcaldía para agradecer al alcalde por su colaboración y para que éste agradeciera también a los que habían suministrado los carnets de identidad que nos ayudaron a crear una nueva identidad a los jóvenes que escondíamos en casa. Y como todo agradecimiento se traduce en dinero, le dejé una cantidad para que lo repartiera entre todos los que habían contribuido a la operación, pero de lo que no estoy seguro es de si lo hizo como le dije o se le olvidó el repartirlo y se quedó con todo. 

          Los jóvenes marcharon. Me hubiera gustado recibir alguna noticia de su parte. Espero que llegaran a su destino. Es muy difícil comunicarse si no se cuenta con algún amigo o familiar que viaja a ese punto porque Correos no funciona y es inútil escribir y mandar una carta que no va a llegar a ninguna parte. 

          Cuando los reclutas terminan su formación son enviados directamente al frente, ya que todo el Este del país está carcomido por grupos rebeldes que le complican la vida al Presidente, pero con tan mala fortuna, que la mayor parte de los que son conducidos al frente van aprovechando la oscuridad de la noche o la escasa velocidad con la que avanza el tren, para ir saltando del mismo, escondiéndose en la selva, de forma que no llega a destino sino la décima parte de los que salieron de Likasi. Esta es la información que recibo de los mismos militares. Lo cual les obliga a recomenzar la formación de otro grupo para formar un verdadero ejército, y así van pasando los años, y como las costumbres no cambian, los reclutas se quejan de hambre y van a calmar el gusanillo en las huertas de nuestros feligreses.

             Pero los que ya llevan muchos años sirviendo en el ejército, se quejan de que no les llega la paga o de que es totalmente insuficiente y no pueden alimentar a su familia, con lo cual, tampoco se arriesgan demasiado y las guerras continúan, esperando que los soldados de la ONU terminen con los enfrentamientos, pero tampoco éstos quieren arriesgarse demasiado en una guerra que no les incumbe. 

Hay muchos militares nativos que visten el uniforme desde hace muchos años, que van al campo de batalla acompañados por sus familias y como sus mujeres e hijos no pueden acercarse al frente de batalla, se quedan en los poblados cercanos donde se alimentan de lo que encuentran en las chozas de sus habitantes. Los sacos de maíz van “adelgazando”, las calabazas van disminuyendo de número, las gallinas pasan a mejor vida, las cabras van a parar al mercado y no se puede protestar por estos atropellos, porque los mismos generales aconsejan a la población que mantengan una buena relación con los militares, que alimenten a los bravos soldados que se están sacrificando por alcanzar la paz en el país. Durante el día están en el frente y por la noche van a reunirse con sus familiares mientras un retén permanece alerta por si hay que hacer frente a algún ataque sorpresa.

                    Lo que resulta desconcertante, incomprensible, es que muchas veces el ejército está haciendo

retroceder a alguno de estos grupos rebeldes y reciben una orden desde Kinshasa de que se retiren de la zona de operaciones, dejándoles en paz a los que están atacando, con lo cual vuelven a recuperar los territorios perdidos. Según cuentan, hay gente interesada en que el caos continúe porque están haciendo grandes negocios con los minerales que extraen de la zona de conflicto y que luego achacan a Rwanda y Uganda de ser los que están esquilmando el país. Los militares están desanimados, porque en vez de recibir condecoraciones por los éxitos en las batallas, reciben amenazas de sanciones por desobedecer a sus superiores.

         
 La corrupción desanima también a la tropa, porque hay generales que se quedan con la exigua paga de los soldados que están peleándose en el frente y porque los coroneles y otros mandos venden las armas y municiones al enemigo. No hace mucho, fue depuesto de sus funciones el general jefe de las fuerzas terrestres por practicar esta costumbre, pero parece que hay otros muchos que actúan de la misma manera. Incluso dicen que más de un ministro está implicado en el negocio de minerales. En estas condiciones, ¿Cómo y cuándo se puede terminar con la guerra y con los grupos armados que operan libremente en el este del país?. Dicen que hay al menos 40 movimientos diferentes que hacen la vida difícil a los que habitan en esa zona y a los que tiene que enfrentarse el ejército para que venciéndolos, la paz pueda reinar en el país. Y todos cometen las mismas salvajadas, incluso el ejército nacional: robos, asesinatos, violaciones, captura de niños que serán enviados al frente, muertes… dicen que ya son más de cinco millones de víctimas. ¿Hasta cuándo seguiremos aumentando esta cifra? Cuando sus superiores no se quedan con su paga, un soldado recibe 46 € al mes y un coronel 68 €. De ahí la necesidad de hacerse con todo lo que puedan cuando van de batalla. Todo es considerado como botín de guerra y no es apreciado como robo, por eso, nunca serán castigados y actúan con total impunidad.



 Un abrazo. 
                                           Xabier


jueves, 27 de marzo de 2014


KILIMA 100








Queridos amigos: 
 

              A lo tonto a lo tonto, hemos llegado al número 100. Nunca pensé alcanzar tal meta y no por falta de anécdotas que comentar, sino porque muchas veces los artículos me parecían monótonos y  tenía la impresión  que podría aburrir con ellos a vosotros, los sufridos lectores.
            Es muy difícil explicar en unas pocas líneas la situación del país, pero al menos es una forma de manifestaros mi agradecimiento, ya que con vuestro apoyo, hacéis posible que la misión de S. José siga su marcha y mantenga en pie toda la infraestructura que se ha montado con vuestra colaboración para el desarrollo y progreso de este pueblo.
            En general, se trata siempre de hechos reales que tienen algo que ver con mi persona, como el relato de hoy, en el que Carine, la hija de mi primer “hijo”, o acogido en la parroquia, (luego vendrían muchos más) se hizo mayor sin darme cuenta y se presentó en casa cuando ya había finalizado sus preparativos para la boda.

La boda de Carine:


            Venía con un paquete, me lo puso en las manos diciendo: “Esto es de la dote de Carine”. No sabía que ya habían celebrado el encuentro oficial las dos familias y habían llegado a un acuerdo. Un traje, unos calcetines, zapatos, 200 $ y dos botellas de cerveza.

            Le agradecí por el detalle, pero pensaba que estaba fuera del círculo familiar en el que se deciden los asuntos familiares, de hecho no estaba al corriente de nada ni me invitaron a participar en los encuentros de las familias. Ya me habían dicho que la chavala tenía novio y que querían casarse este año, pero sin ninguna precisión sobre la fecha en la que ésta pudiera tener lugar.

            El traje era de fabricación china, venía muy bien protegido. En cuanto intercambiamos algunas palabras sobre el acontecimiento y volvió él a su trabajo, me lo probé. Los bolsillos de la chaqueta estaban cosidos. Luego me dijeron que eso es corriente. Yo, que tengo cuerpo de pobre y en general me sienta bien toda la ropa que me pongo, aquel traje me colgaba por un lado y me apretaba por el otro. Tuve que recurrir a un sastre para que me lo arreglara y pudiera ponérmelo el día de la boda a la que me habían invitado. Los arreglos corrían por mi cuenta y lo cierto es que no me resultó gratis. Los zapatos eran puntiagudos y del número 44. Le llamé a Dominique para preguntarle si no los podría cambiar, ya que normalmente calzo un 41 y con esos puntiagudos podría alcanzar tal vez el 42.  Se los llevó.
            Carine trabajaba como enfermera en una clínica privada de Lubumbashi. Hay algunos lugares que indican que nos encontramos ante una “clínica”, sobre todo ahora, que con la llegada de nuevas empresas que vienen especialmente para la explotación del cobre y del cobalto, pero a las que les interesan también otros minerales, como el coltán, el uranio, el oro, la casiterita, etc., ha llegado mucho personal extranjero y eso ha ocasionado un gran movimiento migratorio desde las provincias del interior hacia la zona katangueña en la que nos encontramos.
  Para atender todo este personal extranjero se han levantado algunas verdaderas clínicas que cuentan con todos los medios modernos, pero que presentan unas facturas no aptas para la mayoría de los vivientes.
Por eso, se daba el nombre de “clínicas” a casas normales en las que se habían tirado algún tabique y de dos habitaciones se convertían en una sala de hospitalización. A lo sumo, construían un pequeño edificio en la parcela de la casa, que podía servir de sala de operaciones, pero como los cortes de luz son muy corrientes, se exponían a verse privados de la electricidad en medio de una operación, que la terminaban como podían con la ayuda de alguna linterna cuyo foco alumbraba la zona de la intervención.
Hablar de asepsia, esterilización, sábanas limpias, les sonaba como a incordio y era mejor ver, oír y callar. Todo el material quirúrgico provenía, generalmente, del hospital general del estado o de los hospitales de las empresas en las que trabajaban los médicos, que pacientemente y a lo largo de los meses, habían tratado de aligerarlos  de su abundancia para equipar  los   pequeños centros sanitarios que disponían dichos “doctores”  con el fin de redondear sus exiguos salarios.
            El personal sanitario no percibe unos salarios fijos todos los meses. Todo depende del número de pacientes que reciban en la clínica esa temporada. Así es pagado el personal que trabaja en estas clínicas. Normalmente no pasan de 8 camas, pero si hubiera más casos, tampoco tienen inconveniente en acostar a dos operados en la misma cama. Los salarios no son muy altos, no están afiliados a la Seguridad Social, cobran cuando tienen suerte, porque a veces el cirujano tiene que salir de un apuro y necesita todo el dinero, con lo cual el personal, aunque molesto y enfadado, no tiene otra solución que apretar el cinturón y esperar una mejor ocasión.
            Los enfermeros se encargan de comprar las medicinas que receta el médico y de cuya venta a los enfermos sacan una propina porque normalmente cobran más de lo que indica  el precio. El médico lo sabe pero se calla porque también él está en fuera de juego, ya que su “hospital” no reúne las condiciones necesarias para estar en funcionamiento y del silencio de unos y otros, salen todos ganando.
            Pero los precios están al alcance de la gente y no les queda otra solución que acudir a ellos. Yo pienso que los Ángeles de la Guarda trabajan a destajo porque a pesar de las condiciones en las que se efectúan las operaciones, curas, etc., en algunos sitios con un W.C. para todo el personal y los enfermos, sin hornos para quemar las gasas o las placentas o partes cortadas en las operaciones, apenas hay infecciones, virus, salmonelas, y otros enemigos que causan tantas desgracias en nuestros hospitales del Primer Mundo.

            Carine había estudiado enfermería y había terminado sus estudios con el grado de asistente médico, pero no encontraba trabajo. Había trabajado ocasionalmente en varios hospitales  pero al cabo de tres  meses le agradecían por los servicios prestados, pero la decían que no pensara en que la iban a contratar y sin haber cobrado un duro se veía en la obligación de recurrir a otro y así hasta caer en una de esas clínicas en las que no se sabe nunca si se va a cobrar, ni cuánto, pero es el único lugar en el que ha encontrado una forma de practicar sus conocimientos.
            Ella es la hija mayor de Dominique, a quien le acogí en casa hace muchos años, cuando aún era un chaval, famélico, huérfano de padre, sin haber pasado del quinto grado de primaria. Por aquel entonces, su estómago no sabía lo que era “llenarse” y tuvo que permanecer un par de meses en el hospital hasta que se normalizaran sus tripas y pudiera comer sin que los intestinos se resistieran y expulsaran lo que estaba digiriendo.
            Vivía en casa y un día se me presentó, diciendo: “Oye, ya soy mayor. Yo tengo ya que casarme y me tienes que buscar una chica”. Tenía razón, y no me quedó más remedio que fijarme con más atención en las chavalas que pasaban ante mis ojos para buscarle una que fuera digna compañera a lo largo de su vida. Pero esa es otra historia. La cosa es que ya le encontré una, se casó y la tuvo a Carine.
            En agradecimiento a cuanto había hecho por él, quería ponerla el nombre de mi ama, pero ya se lo había dado a otra chavala. En ese caso, tendría que ser el de una hermana y le pusimos el nombre de María Gloria Goicouría. Pero el nombre de María Gloria se les hacía raro y desde un principio comenzaron a llamarla Carine. Sin embargo el apellido lo guardaron con mucho afecto, hasta el punto que muchas de sus amigas la llamaban “Ngoi Guria” queriendo pronunciar correctamente el apellido.
            Un día había tenido que ir a Lubumbashi y lo que menos pensaba era que me iba a encontrar con ella en la calle. Corrió a mi encuentro y me comentó que faltaba escasamente un mes para la boda y no tenía aún el vestido para presentarse en el Ayuntamiento para celebrar el matrimonio civil. “Y ¿qué cuesta?” – “Trescientos dólares, porque tengo que comprar también los zapatos que vayan a juego con el vestido”. Yo que llevo una temporada de ahorro forzoso para ver si consigo terminar las obras de la escuela en las que estoy metido, no esperaba ese “asalto” en plena calle, pero viendo la ilusión de la chavala y la alegría de su encuentro conmigo, me pareció que no podía negárselo y que al menos fuera “reina por un día”.
            No había transcurrido mucho tiempo después de este encuentro, cuando me vinieron sus padres para exponerme sus penas. La boda se iba a celebrar por la tarde y habían alquilado una sala grande para toda la noche, tenían que hacerse cargo de la comida de los invitados, además, en casa todos tenían que hacerse ropa para la ceremonia y no les llegaban sus ahorros. Lo de los “ahorros” es una forma de hablar porque normalmente no tienen un duro en el bolsillo. Tuve que aflojar otra vez la pasta para que pudieran respirar y disfrutar del día de la primera boda de la familia. A mi no me lo confesarán, pero estoy seguro que se han endeudado para cumplir con todos los compromisos.
            Mientras tanto ya me habían arreglado el traje. Ya no tendría que pedir prestado como cuando la boda de otra sobrina. Pero no me habían traído los zapatos. Mejor, me pondría los míos, con los que andaría sin complejos, en lugar de esos que están aquí de moda, que son muy puntiagudos, con los que parece que hemos llegado al pueblo de adelante cuando aún no nos hemos movido.
            Me advirtieron de que el día de la boda, la pareja vendría a visitarme. Yo no conocía aún al novio. Esperé toda la mañana y a eso de las doce oigo unos golpes insistentes de bocina que me anunciaban la llegada de la pareja. Tenía algunos refrescos preparados para la ocasión, pero me quedé de piedra cuando vi que venía una comitiva de al menos 10 personas y en casa ni tengo sillas suficientes para tantos ni tenía algo que ofrecer a la concurrencia, ni espacio suficiente para acogerlos. Quedé como un rácano. Yo, bastante avergonzado por no estar a la altura de las circunstancias, les expliqué lo que acontecía y respiré a gusto cuando  se marcharon.
       Venían del Ayuntamiento. Ya se habían casado. Me había ocurrido con Carine lo mismo que me sucedió con la otra “sobrina”. El vestido que llevaba podría servir muy bien como vestido de boda y no sé si alguna vez más se lo volverá a poner. Pero ese era su capricho y no quise hacer comentarios que ensombrecieran la fiesta. Por la tarde llevaría el vestido de novia que lo había alquilado para la ocasión.  
Casualidad. Esa semana me tocaba celebrar la Eucaristía del sábado y del domingo en la parroquia, así es que les casé, juntamente con otras dos parejas que  se  habían  preparado para   recibir  el  sacramento.  La pregunté con qué  nombre quería que la casara, si con el de Carine, que es con la que es conocida popularmente y me dijo que ella era María Gloria y que la casara llamándola por su verdadero nombre. Todo transcurrió con la normalidad acostumbrada. Comenzamos la misa a las cuatro de la tarde para terminar a las seis y media.
La cena estaba anunciada para las ocho de la tarde, que aquí es noche, pero empezó a las diez. Cada cual tenía que presentar su regalo. Yo llevé también el mío a pesar de todo lo que ya les había adelantado. Todo se desarrolló con normalidad. Yo me marché a las once porque al día siguiente tenía que levantarme a las cinco de la mañana para marcharme a visitar el poblado de Kabulumbu que se encuentra a tan solo 55 Km de la parroquia pero se necesitan cerca de tres horas para llegar allá. La gente joven acompañó a los novios durante toda la noche cantando, bailando y bebiendo y cuando yo marchaba para el poblado a primeras horas de la mañana salían muchos de la sala en la que habíamos celebrado la boda de Carine.
            Os he comentado en diferentes ocasiones lo difícil que se nos hace el predicar la Palabra de Dios de forma que la gente pueda creer lo que tratamos de transmitir. En estos momentos padecemos un confusionismo total en el que no se sabe distinguir la paja del trigo, en el que parece que se puede creer todo, en el que el mundo africano no tiene muy claras  sus opciones y trata de defender todo lo que huela a negritud, como si fueran valores de la sociedad bantú.
              Y esta forma de pensar no está enraizada solamente en el pueblo llano, ya que bastantes religiosos y religiosas participan de dichas creencias y se me hace difícil inyectar un poco de esperanza en los corazones atormentados que llegan quejándose de sus calamidades. Para poner un ejemplo, os cuento el encuentro que he tenido con una religiosa a la que le he tratado de apaciguar sus miedos, de infundir confianza en el Señor, pero a pesar mío, pone más confianza en las imposiciones de un curandero, que en mis consejos, lecturas del Evangelio y mis exorcismos.
                  Esta religiosa tiene una hermana que dice haber hecho un pacto con el diablo. El diablo ha llegado a ser su marido, con el que ha tenido varios hijos, uno de los cuales, era una enorme rata, que apareció un día muerta porque fue rociada con agua bendita. Les aconsejaron que cortaran un árbol que había crecido delante de la casa porque era el lugar de encuentro del demonio con “su mujer”. Así lo hicieron, pero en venganza, el demonio quemó todos los vestidos que encontró en casa y se quedaron en la miseria.
      El hermano, después de una brillante carrera, se encontraba sin trabajo. Otro de los hermanos, un buen profesor, se dio a la bebida y le despacharon del establecimiento. Todos los miembros de la familia presionan a la monja para que deje el convento o agarre una enfermedad incurable que le obligue a abandonar los hábitos o en último caso, que se dedique a la prostitución
La endemoniada guarda celosamente  su anillo de boda con el diablo y no hay forma de quitarla porque la gente piadosa que conoce el caso la ha aconsejado a la religiosa, que si consiguieran apoderarse del anillo, perdería su fuerza. Diferentes grupos de oración han intentado rezar por ella, pero han salido espantados perseguidos por la endemoniada.
Los miembros de la familia no quieren pasar por la casa materna, donde reside la afectada, por miedo a que algún juramento les persiga. El padre murió hacía unos meses como consecuencia de las actividades de su hija. En estas circunstancias han transcurrido varios meses y ni mis oraciones, ni la visita del sicólogo, ni las reuniones familiares, ni las imposiciones de manos de los pastores de otras iglesias, han conseguido tranquilizar a la poseída por el espíritu del mal para que escupa lo satánico que hay en ella y recobre la normalidad suya y la de toda la familia. Os seguiré teniéndoos al corriente de lo que acontezca.

Un abrazo.
                         Xabier