KILIMA 96 - Marzo - 2013
(Formato Revista)
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Ellos me habían invitado a que
presenciara “el paso” de la gente sobre lo que llamaban “puente” y un día les
acompañé, sin pensar que lo que iba a presenciar fuera tan grave. Había que ir
a pie porque no había una carretera que me permitiera llegar en coche. Estaba
cerca, calculo que la distancia no sería superior a 3 Km. por los senderos de
la selva. Llegué al lugar.
Había un grupo de personas en cada orilla del río, esperando que el que en ese
momento lo atravesaba alcanzara la otra orilla para que el siguiente pudiera
comenzar la misma operación.
La carretera que habíamos abierto atraviesa una zona en la que en su tiempo, la empresa minera arrojaba los desperdicios de las fundiciones y hoy han descubierto que lo que entonces se consideraba “desperdicio” porque trabajaban con unos minerales de un porcentaje muy elevado de cobre o de cobalto, hoy pueden encontrar en esos deshechos minerales con un porcentaje del 2 ó 3 por ciento y los jóvenes que no tienen ningún trabajo se dedican a su explotación, limpieza y venta a empresas chinas que se encargan de su fundición y la exportación hacia su país.
Entre los agricultores hay gente de
todas las tribus, por eso no aciertan a unirse para constituir un frente común.
En lugar de exponerse a la furia de los militares o de ser detenidos, prefieren
venir a mí para contarme sus cuitas y empujarme para que actúe en su nombre.
Queridos amigos:
Hacía tiempo que la gente de los
pueblos de Panda y de Shituru, que entre los dos pueden contar con una
población de unos 40.000 habitantes, buscaba una forma de acceder a sus campos
sin poner en peligro sus vidas. Para ese fin, tenían que utilizar un
puentecillo fabricado por ellos mismos, pero el río Panda, sin ser un gran río
tiene una profundidad de al menos dos metros en la época seca pero durante la
estación lluviosa, debido a la crecida, llega a alcanzar hasta los seis metros,
con una corriente muy fuerte, triplicando
la anchura de su cauce y obstaculizando el acceso a la otra orilla.
Estaba sostenido por cables, que
sujetaban un suelo de cañas. Difícilmente
resistían el peso de una persona adulta cargada con un saco de maíz sobre sus
hombros. Tenían que atravesarlo uno a uno. Esperaban el paso del primero antes
de que el segundo iniciara la travesía para evitar que con el peso de los dos,
se rompieran los cables o se partieran las cañas que componían su base. Los
cables eran los que retiraba la empresa minera porque tenían que reemplazarlos
por motivos de seguridad para descender a la mina y se encontraban roñados y en
no muy buenas condiciones. Oscilaban mucho al menor soplo de viento, razón por
la cual, había que atravesar el puente bien sujetos a los cables superiores
para no perder el equilibrio y caer al río. Los niños tenían prohibido el
aventurarse por ese paso y las mujeres lo hacían con mucho miedo porque no se
sentían seguras y se esperaban unas a otras para ayudarse en el intento.
Los primeros planos para este proyecto
datan de hace unos 30 años. Cada vez que las autoridades se querían granjear la
simpatía de la población, sobretodo con motivo de las elecciones, uno de los puntos que tocaban en sus
campañas para obtener sus votos era
la construcción de este puente
con el fin de facilitar los
cultivos, para que la gente
pudiera trabajar las tierras y mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo,
pasaba el tiempo de las elecciones y los pretendientes a diputados, ya fuera
porque no salían elegidos o porque se les olvidaban las promesas que habían
ofrecido a la población durante su campaña, el resultado es que durante todo
ese tiempo no pudieron disfrutar de un puente seguro que les permitiera
dedicarse a lo que ellos más necesitan porque constituye la única solución a
sus necesidades cotidianas: la agricultura.
No podían tensar los cables para
evitar su rotura y el
puente, que estaba sujeto por unos raíles metidos en tierra por un lado y a un
árbol por el otro, dibujaba una curva que le acercaba peligrosamente al cauce
del río y las crecidas ocasionadas por la lluvia hacía que el agua pasara por
encima del puente, lo diera vuelta y les impidiera alcanzar la otra orilla, con
lo cual ponían en peligro el éxito de sus cosechas.
El lugar en el que se situaba el
puente era un punto equidistante entre los dos pueblos. Había que recorrer unos
tres kilómetros a pie, por una senda estrecha por la que se accedía al río. La
mayor parte de los agricultores eran personas mayores, ya que los jóvenes
preferían dedicarse a la explotación minera artesanal, cavando agujeros y
galerías aún con riesgo para sus vidas puesto que se adentraban tierra adentro
sin ningún tipo de protección que pudiera sostener las galerías que iban
horadando.
Viendo el sacrificio que suponía para
estas personas mayores, que después de haber trabajado duramente durante mas de
treinta años en la empresa minera, se veían obligados a buscarse la vida por su
cuenta, puesto que la Seguridad Social es inexistente, me parecía que estaba obligado a
buscar los medios para procurarles un acceso que les permitiera alcanzar los
campos sin que el temor a atravesar el río les impidiera dedicarse a la
agricultura, para encontrar en la tierra un medio de subsistencia que no podían
encontrar en ninguna otra parte.
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Intentaban sacar la cosecha de sus
campos. El que lo hacía en ese momento trataba de pasar con un saco de maíz. No
se atrevía a llevarlo sobre el hombro porque de esta forma no podría disponer
de las dos manos para agarrarse al cable superior en caso de necesidad. Lo
llevaba por el suelo. Se agarraba al cable y movía un poco el saco,
adelantándose de esta manera poco a poco hasta llegar hasta la otra orilla.
Tenía que repetir esa operación 15 ó 20 veces para sacar toda su cosecha de los
campos y llevarla a casa. Y luego le esperaban los tres kilómetros con el saco
al hombro. Para mí fue un espectáculo impactante. Pensaba en el abandono en el
que vive esta gente que cuenta con una administración totalmente inoperante y
que se dedica a sus propios beneficios a través de multas e impuestos,
olvidándose totalmente de la población a la que deberían proteger. Me creí en
el deber de hacer algo ya que nadie se molestaba por ellos.
La primera labor, por tanto, fue la de
abrir un paso razonable para poder transportar los materiales para la
construcción. Había algunos lugares difíciles de trabajar porque el suelo era
rocoso y la pronunciada ladera
de la colina por la que había que pasar no ofrecía muchas posibilidades que
facilitaran nuestra tarea.
Era muy difícil llevar a cabo ese
trabajo debido a la dureza del suelo. Imposible de realizarla a mano.
Conseguimos la ayuda de una vieja pala Caterpillar que fue abriéndose paso
lentamente, con no pocas peripecias porque cada vez que atacaba la zona rocosa le salía la cadena y volverla a
colocar nos llevaba casi el día entero. Pero al fin, llegamos hasta el río,
donde pudieron acercarse los camiones cargados de hierros, cemento, piedra,
arena, etc.
Quisimos que la gente contribuyera,
aunque fuera de una forma simbólica, para asociarles a los trabajos que
pensábamos emprender. Al principio, la gente creía que una vez más serían
engañados, pero al ver la nueva carretera en construcción y que los materiales accedían a la
orilla del río, creyeron a los que iban pasando por las casas pidiendo una
contribución para que los trabajos pudieran llevarse a cabo, y muy pocos
opusieron resistencia. Esta vez el asunto iba en serio. El cura no les iba a
engañar como lo habían hecho sus diputados.
Se creó un grupo que se encargó
principalmente de la manutención de la mano de obra que iba a trabajar en el proyecto. De
esta forma, los obreros de la construcción fueron alimentados por los
agricultores durante todo el tiempo que duraron las obras de esta pasarela
peatonal, que hoy es el orgullo de todos, porque han visto que lo que ellos
aspiraban desde hacía muchos años sin que nadie se sintiera preocupado por su
suerte estaba conseguido, disponían ahora de un
medio que les permitía alcanzar la otra orilla, transportar sacos de maíz o
mandioca, utilizar la bicicleta como medio de transporte, enviar a los niños,
etc. porque contaban con un medio seguro que les había hecho olvidar los apuros
que sufrían desde siempre.
Era frecuente ver a los campesinos,
que cuando volvían de sus
campos, se paraban en el lugar del trabajo para ofrecer a los obreros de la
construcción del puente, unos trozos de mandioca, unas mazorcas de maíz o un
puñado de cacahuetes. Tal vez no fuera mucho, pero mostraban de esta forma su
agradecimiento porque alguien se había acordado de ellos.
Además, a partir
del año pasado han podido comprobar el
resultado de esta pasarela de dos metros de ancho por 63 m. de largo, porque ha
llovido más que otras veces y han podido ir de un lado para otro sin temor a
que el agua les llevara el puente o tener que atravesarlo con el agua hasta la
cintura o dar un rodeo de más de seis kilómetros para poder alcanzar sus campos
de cultivo, como les ocurría con anterioridad.
Queremos
agradecer al Ayuntamiento de Erandio, que ha financiado este proyecto, porque a
pesar de tener otras necesidades en su municipio, ha querido contribuir de esta
manera a mitigar el sufrimiento de otras personas, que luchan diariamente
contra el hambre, la enfermedad y la injusticia, y se ven solos a la hora de llevar a cabo esta tarea.
Todos tenemos derecho a la vida, al trabajo, pero hay quienes desde el día de
su nacimiento están abocados al sufrimiento y algunos tratan de escapar de él
embarcándose en pateras, introduciéndose en las bodegas de los barcos como
polizones, abandonando a sus amigos y a sus familias para poder sacar la vida
adelante y procurar una vida digna para sus hijos.
La carretera que habíamos abierto atraviesa una zona en la que en su tiempo, la empresa minera arrojaba los desperdicios de las fundiciones y hoy han descubierto que lo que entonces se consideraba “desperdicio” porque trabajaban con unos minerales de un porcentaje muy elevado de cobre o de cobalto, hoy pueden encontrar en esos deshechos minerales con un porcentaje del 2 ó 3 por ciento y los jóvenes que no tienen ningún trabajo se dedican a su explotación, limpieza y venta a empresas chinas que se encargan de su fundición y la exportación hacia su país.
Pero los chinos se han dado cuenta que
eso lo pueden hacer ellos mismos y han comprado toda esa área a la empresa
minera y con sus palas mecánicas y sus camiones, se están llevando toda la
tierra a su fundición y los jóvenes se han visto desprovistos de su trabajo y
de su medio de subsistencia.
En la medida en la que se les iban
terminando las reservas alimenticias que guardaban en sus casas el malestar iba en aumento,
hasta que pasaron la voz de que tenían que enfrentarse a los chinos y una
mañana se decidieron a atacar para
defender lo que ellos consideraban como “sus tierras”.
A las siete de la mañana comenzaron a
llegar los camiones y se puso en marcha la pala que los cargaba. Los jóvenes se
iban acercando sin llamar demasiado la atención hasta que al grito de uno de
ellos, arremetieron con palos y piedras contra los que ellos creían les estaban
robando su forma de vida. Los camiones, al verse acorralados y soportando la
lluvia de piedras que les caían por todas partes, optaron por dar la media
vuelta y escaparse de aquel lugar que parecía un infierno y en el que podrían
brotar el fuego real en
cualquier momento ya que los jóvenes estaban dispuestos a quemarlos sin
preocuparse por la suerte de los chóferes.
Los chinos habían aprovechado un par
de contenedores para instalar su pequeña oficina y controlar todo el movimiento
de carga y los viajes de los camiones. No habían invertido miles de dólares en
el equipamiento de los contenedores pero tenían algunas mesas, unas cuantas
sillas, un par de ordenadores, una instalación eléctrica y poco más. Se
asomaron a las ventanas, vieron aquella muchedumbre de jóvenes encolerizados
que se acercaban a sus oficinas y pensaron
acertadamente que lo
mejor que podían hacer es
poner tierra por medio, y sin meter ruido, ni enfrentarse a
los que llegaban, prefirieron concentrar toda su energía en sus piernas y
salieron disparados por los caminos de la selva antes de que las primeras
piedras cayeran sobre sus cabezas. No es de extrañar que después de estos
entrenamientos, porque aquí ya les ha pasado en otras ocasiones, estén
preparados para presentarse en las competiciones olímpicas y ganar unas cuantas
medallas, porque corren al límite, conscientes de que está en juego su pellejo.
Los asaltantes me comentaban que intentaron atraparles pero no
encontraron su rastro, afortunadamente. Entonces se ocuparon de demoler la
pequeña infraestructura que habían puesto en marcha. Desaparecieron las sillas,
destrozaron los ordenadores, rompieron las puertas y ventanas, dieron fuego a
todos los papeles que encontraron, arremetieron contra la pala mecánica,
rompieron lo que pudieron de ella y hubieran seguido por más tiempo dando
rienda suelta a su rabia, si es que no hubieran llegado en ese momento unos
camiones con militares armados que comenzaron a disparar al aire y cada cual
abandonó su botín para correr más ligeramente y alcanzar el refugio de sus
casas.
Esto ocurrió la víspera de Navidad y
la gente escuchaba encantada la narración de los hechos porque en general, a
los chinos no les pueden ver ni en pintura. Se meten por todas partes, hacen trabajar sin fiestas ni descansos y el jornal no es
extraordinario. Encima, todo lo que hoy día se puede comprar en las tiendas es de fabricación china y la piratería está a la orden del día. Todos los
artículos son de pacotilla: bicicletas, lámparas, fluorescentes, motores, etc.,
duran menos que un estornudo y hay que volver de nuevo a la tienda para
desembolsar otra cantidad de dinero porque ya no se encuentra nada que sea
fabricado en Europa.
A nosotros no nos vino mal esta pelea
porque poco antes se habían apoderado de las tierras en las que cultivaban
nuestros feligreses e incluso se habían apoderado del puente, amedrentado a la
gente para que no trabajara aquellas tierras que ya habían sido adquiridas por
los chinos y se exponían a sudar en su cultivo sin obtener ningún beneficio ya
que, según ellos, los
antiguos amos ya no tenían nada que decir.
Los chinos no dan nunca la cara sino
que utilizan personal local, abogados y agrónomos congoleños a los que les
pagan bien para que se encarguen de despachar a toda la gente dejando los
terrenos limpios en los que ellos pudieran trabajar.
Yo
ya estoy cansado de tantos enfrentamientos y procuro motivarles para que den la
cara, pero me ponen mil disculpas para seguir siempre como antes.
Yo necesitaba dinero para continuar
mis trabajos e intenté probar fortuna. Fui a reclamar el importe de los gastos
ocasionados en la construcción del puente porque lo necesitaba para la
construcción de una carpintería que completaría los diferentes estudios de la escuela.
Me dijeron que me contestarían, pero como pasaba el tiempo y no recibía
respuesta, ni los agricultores eran convocados para que se les pagara por la
expropiación de sus tierras, empecé a aconsejar a todos a que volvieran a
trabajar, que sembraran, porque de lo contrario las tierras serían consideradas
baldías y no les otorgarían nada a cambio.
Al principio se mostraban temerosos,
pensando que en cualquier momento vendrían los militares para desalojarlos de
las tierras y lo harían bruscamente, como lo hacen normalmente, pero poco a
poco fueron ganando confianza y de nuevo han vuelto a cultivar sus antiguos
campos, indiferentes a lo que pudieran decir los chinos. La vida ha vuelto a la
normalidad, aunque estamos siempre expuestos a que recomiencen la historia y
nos vayamos todos a tomar el sol a otra parte.
Esto es lo que ocurre con las nuevas
empresas que se están instalando en nuestros alrededores. Los congoleños son
conscientes de que estas empresas actúan de manera violenta, de que se
implantan donde les apetece sin tener en cuenta que en aquellos lugares hay
pueblos, cementerios, fuentes de agua potable para la población etc., y les
falta coraje para resistirse, defender sus derechos, hacer que su voz sea oída
más lejos, porque las autoridades, ministros, que deberían velar por el
bienestar de sus ciudadanos están más preocupados en observar cómo suben sus
cuentas corrientes que alarmarse por el descenso del bienestar de sus
conciudadanos.
Un abrazo.
Xabier
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