Queridos
amigos:
Por fin, llegó el alcalde. El problema
que se presentaba ahora era cómo acomodar a toda la gente en su despacho porque
no contamos con ningún salón para estas ceremonias. Iban desplegando las sillas
en su interior, pero llegado un momento, no se pudo seguir metiendo más sillas
y la gente quedó de pie en el pasillo. A mí, como me conocen todos, me hicieron
pasar y en cuanto me vio el alcalde me ofreció una silla que había quedado
desocupada porque se encontrada junto a la mesa de su
despacho.
Serían como las doce y media. El
alcalde cogió los informes de los tres matrimonios con mucha parsimonia y los
fue leyendo en voz alta. Se trataba de leer las dotes de cada pareja y citar la
persona que se había quedado con el importe para poder firmar los papeles
oficialmente. Cuando llegó el turno de nuestra pareja, leyó en qué consistía la
dote y pude comprobar, con cierta satisfacción, que poco más o menos era del
mismo volumen que el de los dos otros y al citarme a mi como padre de la novia
y como el depositario de la dote entregada por el marido hubo un aplauso
cerrado de toda la concurrencia. No se cual podría ser el significado de tal
aplauso. Es cierto que era la primera vez que un cura apareciera oficialmente
como padre de la novia.
Luego vinieron los consejos del
alcalde hablando de la excelencia del matrimonio, de la importancia de la
monogamia, (él tiene una mujer oficialmente, pero no se cuentan las de
“reserva”), de cómo tiene que comportarse la mujer con el marido, que sigue
siendo el jefe de la familia, etc. Y acto seguido se celebró el rito del
matrimonio civil. La
ceremonia fue bonita, habría resultado mejor, si se hubiera empezado a tiempo. Pero
andábamos un poco apurados porque era ya la una, teníamos que tomarnos la
cerveza y la ceremonia de la tarde comenzaba a las cuatro y media.
Como es normal, no eran los novios los
que metían prisa, ya que no contaba el tiempo para ellos. Besos por aquí,
fotografías por allá, acoplamiento de todos los invitados que habían llegado a
ser los testigos del matrimonio en los coches que se habían presentado, y por
fin pudimos arrancar la caravana.
Tampoco el Círculo estaba lejos, pero
había que ir todo el tiempo tocando la bocina y con los intermitentes
encendidos. La verdad es que entre mi traje de fiesta, los ruidos y las luces,
me encontraba un poco “corrido”, pero un día es un día y había que procurar que
la chavala tuviera un recuerdo imborrable del día de su compromiso.
Los encargados de acomodar a la gente
habían preparado el encuentro con esmero. Pronto nos dispusieron en las mesas
correspondientes y nos sirvieron unas cervezas frescas que en aquel momento
sabían a gloria. Yo pensaba que todo terminaba en eso, pero nos dijeron que no
tuviéramos prisa y tras la cerveza, hubo una especie de self-service en el que
cada cual se podía servir un poco de arroz, pescado, verduras y un trozo de
pollo. Y en ese ambiente de música y fiesta en el que nadie tenía interés de
mirar al reloj, nos fuimos acercando de las tres y pico de la tarde y les hice
saber a los novios, que estaban en su salsa en medio de sus amigos y parientes,
pero que se iba acercando la hora y que yo prefería retirarme para no hacer el
ridículo en la iglesia haciendo esperar a todo el mundo. La novia vino también
conmigo y mientras ella se cambiaba de vestido y daba sus últimos toques al
peinado, yo pude descansar un poco antes de acometer la ceremonia religiosa. Yo
quería hacer solo de padre y no de padre y de cura, que me obligara a llevar a
la novia al altar y entrar corriendo a la sacristía para cambiarme de ropa y
comenzar la ceremonia y le pedí a un compañero de la parroquia para que
presidiera la ceremonia religiosa.
La entrada en la iglesia fue solemne.
Yo creo que miraban más al cura con traje y corbata que a la novia, o al menos,
tanto al uno como al otro. Ella iba de blanco. Aunque no tiene una cara muy
finita, iba preciosa, con velo, un ramillete blanco y para más INRI, una
especie de pequeño paraguas blanco que seguramente lo habrían visto llevar en
alguna boda a la que asistieron por amistad con los novios y ahora les parecía
que también ellos lo tenían que llevar.
La boda transcurrió sin novedad. Comenzó a las cuatro y media y terminó a las siete en punto de la tarde. Aquí, lo normal. A la salida de la iglesia, los clásicos saludos, abrazos, fotos, serpentinas, papelitos blancos, spray con unos polvos blancos… , y los novios dijeron que se iban con los padrinos a tomar un refresco mientras los invitados esperarían su regreso para comenzar la cena.
Normalmente no suelo asistir a las
bodas porque, en general, no se sabe cuando comienzan y mucho menos cuándo
terminan. En ese tiempo de espera a que llegaran los novios después de
refrescar el gaznate, comentaban los invitados que ahora los caprichos de los
recién casados son imprevisibles. Algunos hablaban que en alguna boda a la que
habían asistido, la cena comenzó a las once de la noche. Solamente de oírles me
iba mosqueando por dentro. Al día siguiente me tocaba celebrar las dos misas de
la parroquia y por el efecto de los preparativos, la novedad, la tensión del
momento, etc., yo me encontraba cansado. Sabía que como padre de la novia tenía
que hacer un esfuerzo en ser atento con los invitados y no darles un desplante,
pero tenía unas ganas enormes de llegar a casa, tomarme algo fresco y meterme
en la cama.
Fueron bastante moderados puesto que
regresaron a las nueve de la noche y pudimos entrar en la sala que habían
preparado. Era el salón de actos del Centro de Minusválidos. La música sonaba a
tope, nos entendíamos a gritos y una vez instalados comenzaron los prolegómenos
del convite. Un animador intentaba a gritos atraer la atención de la gente
haciendo presentaciones de los novios, animando a cantar a los asistentes,
mientras un grupo de chavalitas interpretaba unas danzas para la ocasión. Entre
el sueño que tenía, el ruido de la música y el griterío del animador, mis ganas
de desaparecer del local iban en aumento, pero había una fuerza interior que me
retenía.
Después tuvo lugar la entrega de
regalos. Todos venían preparados y traían unos paquetes muy bien embalados con
papeles de colores. Cada cual los entregaba tanto al novio como a la novia y
cada entrega se hacía a cambio de un beso con el que los concernidos regalaban
a los obsequiantes. Y todo eso se hacía a ritmo de música. Cada cual se
acercaba a la pareja nupcial moviendo el esqueleto lo mejor posible para ser
vitoreado por los asistentes.
Y por fin, serían como las once de la
noche cuando tuvo lugar la cena. Habían preparado una gran mesa con todas las
vituallas y cada cual se dejaba servir por
unas camareras dispuestas a satisfacer los gustos de cada uno. La comida era de
lo más sencilla pero en abundancia: arroz, alubias, macarrones, verduras,
pescado (chicharrillos), pollo, patatas… y todo ello rociado con cerveza en
abundancia. Había un buen ambiente. El murmullo de los asistentes subía poco a
poco de tono a medida que caían vaciadas las botellas de cerveza.
La verdad es que yo, ya no podía más,
y lo más disimuladamente posible desaparecí de la escena antes de que viniera
la tarta nupcial. Una tarta de varios pisos que la había visto en la cocina
pero no podía esperar por más tiempo porque se me cerraban las persianas y
pensaba en lo que podría decir al día siguiente en las misas que me
tocaban. La fiesta siguió
hasta las seis de la mañana, hora en la que yo bajaba hacia la iglesia para
prepararme para celebrar la eucaristía.
En estas ocasiones siempre hay gente
dispuesta a hacer algunos comentarios maliciosos y se me acercaron para
preguntarme, que como “padre” de la chavala, tenía que estar enterado de cómo
los novios habían pasado su primera noche.
Aunque a uno le rondan muchas ideas
por la cabeza, nunca se me hubiera ocurrido hacer demasiadas preguntas al
respecto. Yo les veía a ellos tan acaramelados, agarrados de la mano en todo
momento, echándose unas miradas en las que se derretían, que me parecían signos
que ponían de manifiesto lo que hubiera podido ocurrir en la intimidad de esa
noche.
Para algunas tribus, el
“acontecimiento” de esa primera noche suele ser de gran trascendencia, hasta el
punto que me contaba un feligrés que las abuelas quisieron ser testigos
presenciales de lo que ocurriera en ese instante y el recién casado les invitó
a que abandonaran la estancia y les dejaran tranquilos. Todas estas costumbres
que se celebraban con mucha rigidez hace unos años, van perdiendo virulencia y
ahora hay más lasitud en lo que se refiere a lo sexual.
Para terminar con las costumbres de la
boda faltaba una parte. La novia tenía que mostrar sus conocimientos culinarios
para saber si con lo que sabía podría satisfacer las necesidades de su marido.
Normalmente habíamos pedido que esa prueba se realizara al día siguiente ya que
estaban aquí los parientes del novio y de la
novia, pero dijeron que no era correcto el que todos los encuentros hubieran
tenido lugar en Panda y que por tanto también nosotros tendríamos que
desplazarnos un día a Lubumbashi. Quedamos en que lo haríamos el sábado
siguiente a la boda.
El día 11 nos pusimos en camino hacia
Lubumbashi con el coche lleno de gente y el arreo de la chavala, que no se
abrió el día de la boda porque tenían muchos paquetes en los que centrar su
atención. Tampoco ese día fue de descanso o de ahorro para nosotros porque no
está bien presentarse en casa de la recién casada, a la que se supone que
todavía tiene la despensa vacía y llevamos una caja de cervezas otra de
limonadas, arroz, verduras y pescado.
El encuentro fue un poco
decepcionante. La tradición ha quedado vacía de contenido. Antiguamente era una
prueba seria en la que las tías del marido juzgaban la manera de cocinar de la
nueva esposa, se veía si sus artes culinarias estaban lo suficientemente bien
preparadas para satisfacer los caprichos del marido, y ahí entraba en juego el
honor de la madre de la novia porque era la había preparado a su hija para la
etapa más importante de su vida.
Pero por lo que pude ver en casa de
los recién casados, lo que se pretende es juntarse una vez más y hacer una
fiesta. Las que más trabajaron para preparar la comida fueron otra vez las
monjas y alguna tía del marido. La recién casada pasaba más tiempo atendiendo a
los que llegaban que trajinando en la cocina. Como estuvo esperando a lo que lleváramos
nosotros para empezar a preparar la comida, ésta no estuvo lista hasta las
cuatro de la tarde y con harto pesar por parte de las monjas, las tuve que
sacar de la fiesta porque teníamos que recorrer 125 Km . aguantando un
intenso tráfico nocturno de camiones, que cargados de minerales, se dirigen
hacia la frontera para pasar su “estraperlo” hacia
Zimbabwe o África del Sur.
Antes de salir de casa, las monjas
estaban preocupadas porque no habían abierto el arreo preparado para la novia.
Ella lo tenía que ver y las monjas lo apuntaban todo porque si un día el
matrimonio se disloca, y en ese caso, todas esas cosas volverán a la casa del
“padre”.
Llegamos a casa agotados, pero con la
conciencia del deber cumplido. Se ha terminado la boda, se han cumplido todos
los requisitos, pero ahora falta lo más importante y ahí nosotros no podemos
hacer nada. Ella tiene que dar a luz, tener descendencia, y entonces sí que
podremos decir que están casados y bien casados. Que Dios les bendiga.
Y fueron pasando las horas, se
completaron los días, se llenaron los meses y no se recibía ningún rumor sobre
lo que todos esperábamos silenciosamente. ¿Habría “problemas”? ¿Algo no
funcionaba correctamente?. Entre nosotros, la pregunta de la gente conocida
siempre era la misma. “Y ¿qué?. ¿No hay noticias de Lubumbashi?” Y la respuesta
siempre era la misma. “Pues todavía no”. Nadie se atrevía a hacer la pregunta
directamente a los interesados.
Un día tuve que ir a Lubumbashi por
asuntos de la parroquia, y como es natural pasé a visitarles. Me llevé una
agradabilísima sorpresa. Me encontré con que estaba barriendo los alrededores de
la casa pero su fisonomía había cambiado. La encontré con unas redondeces
exageradas. Se quedó cortada cuando me vio y vino corriendo a abrazarme. Le
pregunté por la razón de su silencio y me respondió que le daba vergüenza
anunciármelo. Ya me quedé tranquilo y a mi vuelta lo pude anunciar a todos los
que se interesaban por su estado.
Dio a luz a un hermoso niño al que le
pusieron el nombre de su suegro. Y ya no hay nada más que contar. Todo
transcurre sin novedad y esperemos que así continúen durante mucho tiempo, sin
peleas que pongan en peligro su compromiso y sin escapadas a la casa del
“padre” porque el marido le hace la vida bastante dura.
Y ahora volvemos a la realidad de cada día. Han pasado las elecciones, todo ha salido como lo tenían planeado el Presidente y los de su partido. Sigue de nuevo en el poder, aunque para ello haya tenido que hacer todas las trampas posibles, según los comentarios de todos los organismos que las han presenciado. Y todos aquellos que han mostrado que no estaban de acuerdo con los resultados, han recibido su aviso. A los extranjeros se les recuerda que no deben meterse en asuntos que no les concierne porque no vienen al país a hacer política, y a los del país se les recuerda que esta actitud crítica no es la mejor si es que quieren llegar a viejos.
Y como es un país muy rico, nadie
denuncia lo que está ocurriendo y deja que la gente se pudra, se maten entre
ellos, roben la riqueza que debería ayudar a toda la nación, la corrupción
campea por sus anchas, la situación se degrada cada día, nos escandalizamos –
con razón – de los dos mil o tres mil muertos en las revoluciones de los países
árabes pero pasamos un velo sobre más de los cinco millones de congoleños que
han muerto y que siguen muriendo cada día, en los millones de gente que se
esconde en la selva donde los niños no tienen escuela y los mayores no pueden cultivar,
y el gobierno no interviene con energía porque los que están en el poder se
aprovechan de las riquezas de esas zonas de conflicto. Dos ejemplos que han aparecido en
Internet:
La gente del gobierno se aprovecha de
su impunidad para “comprar” a precios irrisorios grandes extensiones de terreno
en las zonas mineras para vendérselo luego a sociedades que quieren instalarse
en el país. Se hacen multimillonarios en dos días y guardan sus dólares en los
Bancos europeos. Si algún periodista tuviera el atrevimiento de divulgar lo que
sabe, su vida correría peligro, pero anunciamos a grandes gritos que estamos en
un estado de derecho en el que los ciudadanos gozan de un nivel envidiable de
democracia.
Os deseo a todos un buen verano para
que disfrutéis del tiempo y volváis a casa rejuvenecidos.
Un abrazo.
Xabier